El tema del domingo de hoy es el perdón a los que nos ofenden. Jesús propone la parábola del siervo que pidió perdón pero que no supo perdonar.
No es fácil perdonar cuando la ofensa causó un daño que marca a uno para toda la vida. No es fácil perdonar cuando la ofensa fue adrede, con malicia. Tampoco es fácil cuando uno fue víctima de una locura como en el caso de los judíos víctimas de los nazis. Para las mujeres maltratadas por sus parejas (lo mismo, los hombres maltratados por sus parejas), igual.
A estas alturas del siglo 21 ya se conocen los patrones psicológicos de las personalidades narcisistas que maltratan a los que tienen a su alrededor. Lo mejor es alejarse de ellos a la mayor distancia posible. Uno los perdona, pero también hay que ser realista; uno no está obligado a convivir con ellos.
Reflexionemos aquí sobre la actitud cristiana. Es asunto de no guardar rencor, aunque la herida de la ofensa sea profunda. Uno perdona y aunque quiera olvidar el recuerdo sigue. Mejor rezar para que el recuerdo no se mezcle con rencor. Un cristiano no puede albergar sentimientos de venganza. Uno puede sentir esos deseos, porque es natural. Otra cosa es cambiar la dirección de la atención en la medida que uno pueda y dirigir la dirección de los pensamientos lo más lejos posible. Uno no tiene control sobre los sentimientos espontáneos, pero sí tiene control sobre la dirección de la atención, sobre todo si uno lo hace encomendándose a Dios.
Recordemos lo que Jesús anuncia en los evangelios, que es el perdón que Dios ofrece sin tomar en cuenta nuestros pecados, nuestras ofensas, ni el castigo que merecen nuestras transgresiones. Recordemos el Padre Nuestro, la misma oración que él nos enseñó, en que nos enseñó a pedir que Dios nos perdone de la misma manera que nosotros perdonamos a los que nos ofenden.
Invito a ver mis apuntes sobre las lecturas de este domingo del año 2020 (presionar aquí).
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