En el evangelio de hoy los pastores llegan al portal de Belén a adorar al Niño, luego de haber sido alertados por los coros angélicos en los aires. Podemos repasar el episodio completo (Lucas 2,8-21).
Había en la misma comarca unos pastores, que dormían al raso y vigilaban por turno durante la noche su rebaño.
Se les presentó el Ángel del Señor, y la gloria del Señor los envolvió en su luz; y se llenaron de temor.
El ángel les dijo: "No temáis, pues os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor; y esto os servirá de señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre."
Y de pronto se juntó con el ángel una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo: "Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres en quienes él se complace."
Y sucedió que cuando los ángeles, dejándoles, se fueron al cielo, los pastores se decían unos a otros: "Vayamos, pues, hasta Belén y veamos lo que ha sucedido y el Señor nos ha manifestado."
Y fueron a toda prisa, y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre.
Al verlo, dieron a conocer lo que les habían dicho acerca de aquel niño; y todos los que lo oyeron se maravillaban de lo que los pastores les decían.
María, por su parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón.
Los pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto, conforme a lo que se les había dicho.
Celebrar la maternidad de María en el primer día del año es prolongar nuestra contemplación del Nacimiento del Niño Dios en la Navidad. Para los efectos el tiempo de Navidad continúa con la Epifanía el 6 de enero y luego sigue hasta la fiesta de la Candelaria. Notar que hay seis semanas entre el 25 de diciembre y el 2 de febrero.
María Madre: pensemos en su vida desde «adentro»; es decir, no desde su interioridad psicológica (subjetiva), sino desde la interioridad socio histórica, su circunstancia objetiva inmediata. Igual que nosotros, descubrió que su vida no le pertenecía a ella, y de qué manera.
Es lo que mismo que descubre toda mujer que encuentra que su vida cambia cuando es madre, sobre todo la primera vez. En la temprana adolescencia uno va descubriéndose en el mundo junto a la sociedad de su tiempo y uno va encontrando cómo encajar en el juego de la vida. Luego uno descubre que la vida no le pertenece a uno como la madre que se descubre madre; uno le pertenece a la vida. Los hijos no son de uno; son de la vida.
Ahí está María, que guarda en su corazón y su memoria todo lo que está pasando y medita.
Recordaría el ángel que llegó a invitarla a entrar en el juego de la vida cumpliendo un papel. Es como el entrenador que llega y te pregunta si estás dispuesto a jugar delantero. Es como el novio que propone matrimonio sin que ninguno esté claro sobre lo que eso implica. El ángel la invitó a entrar en la gran narrativa de la historia. Si antes su biografía personal era casi nada, ahora sería menos que nada, porque ya su vida no sería suya, sino de la historia de la salvación.
Ella no sabía en lo que se metía, como nos pasa a nosotros cuando nos embarcamos en proyectos sin entender bien de qué se trata. Pero dio el «sí» con gran generosidad y luego, al mirar atrás, fue entendiendo. Por eso María, igual que Dios, nos comprende, porque ellos saben de qué se trata vivir sin estar claros sobre el futuro.
Quizás al momento del anuncio del ángel la narrativa de la historia parecía ser la del pueblo de Israel. Eso es lo que todavía piensan los israelitas, por ejemplo, que reclaman el territorio de Canaán. Más tarde, con Pentecostés, María junto a los apóstoles entendieron mejor la narrativa de la historia, que tiene que ver más con la convivencia humana y la ley del corazón, que no tiene que ver con etnias.
Podemos imaginar nuestro estar en el mundo como un estar dentro de un bosque en que se ven los árboles, pero nada más. Del bosque apenas nos hacemos una idea. De la misma manera no vemos a Dios y en realidad, ni tenemos idea. Hasta hacerse una idea de Dios puede terminar en idolatría.
En este sentido podemos mirar a María como modelo de la fe. Ella sin ver, ni entender, se dejó llevar por la fe. Como nos dijo Jesús, es más importante en María su fe, que el hecho de ser madre: «Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la Palabra de Dios y la cumplen» (Lucas 8,21). Es lo que luego san Agustín también subrayará en sus escritos, de lo que se hará eco el Concilio Vaticano II (capítulo final de la Constitución dogmática sobre la Iglesia).
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