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Domingo 3° de Adviento, Ciclo A



Tradicionalmente, este domingo es todo uno de alegría. Por eso el celebrante viste de rosado, en vez del morado de Adviento. Esto en realidad es algo opcional, no estrictamente impuesto, en la medida que en algunas parroquias no hay dinero para comprar vestimentas litúrgicas para sólo usarlas en dos ocasiones al año.
También se supone que ahora se ponen flores y adornos en el presbiterio, cosa que normalmente no va con el espíritu de la pequeña cuaresma de Adviento. 
Hasta 1965 en las misas pontificales y cantadas en latín el canto antifonal de entrada comenzaba con las palabras del «Gaudéte» de San Pablo en Filipenses 4,4-6: Gaudéte in Domino semper: íterum dico, gaudéte; Estén siempre alegres en el Señor: insisto, alégrense. La traducción del misal que uso (que me regalaron las Hermanas Carmelitas de Vedruna, de la Universidad Católica de Ponce, allá por 1962) pone, «Gozaos en el Señor…»
En la primera lectura (Isaías 35,1-6.10) se anuncian los tiempos mesiánicos en que se restablecerá la gloria de Israel. El desierto florecerá y la tierra reseca será fértil y lozana. Los desanimados se llenarán de fuerza y alegría al saber que el Señor ya llega. Por eso dice Isaías, «¡Sean fuertes, no teman: ahí está su Dios! Llega la venganza, la represalia de Dios: él mismo viene a salvarlos!».
Entonces los ciegos podrán ver y los sordos podrán oír. Los tullidos saltarán como ciervos y los mudos soltarán la lengua para gritar de alegría, de júbilo. Porque brotarán aguas en el desierto y torrentes de ríos en la planicie que antes estaba seca. En ese momento, «volverán los rescatados por el Señor; y entrarán en Sión con gritos de júbilo, coronados de una alegría perpetua: los acompañarán el gozo y la alegría, la tristeza y los gemidos se alejarán».
Isaías habla de la restauración del reino de Israel, algo más allá de la restauración del templo en Jerusalén posterior al retorno del exilio babilonio. Expresa la aspiración a que Judá-Israel llegue a ser la señora de todas las naciones, desde el monte Sión. 
Es lo que luego Jesús recordará en el evangelio de hoy: los tiempos mesiánicos han llegado. Pero, como sabemos, no se refiere a la instauración de un reino político, monárquico. Se refiere a los tiempos mesiánicos que describió Isaías: el Reino de Dios, en que el león y la oveja se recostarán juntos. 


El salmo responsorial (salmo 146(145),7-10) se hace eco de la primera lectura: 
El Señor hace justicia a los oprimidos y da pan a los hambrientos. 
El Señor libera a los cautivos. 
Abre los ojos de los ciegos y endereza a los que están encorvados, 
el Señor ama a los justos y entorpece el camino de los malvados. 
El Señor protege a los extranjeros 
y sustenta al huérfano y a la viuda. 
El Señor reina eternamente, reina tu Dios, Sión, a lo largo de las generaciones.
¡Aleluya!

La segunda lectura corresponde a la epístola del apóstol Santiago 5,7-10. «Tengan paciencia y anímense, porque la Venida del Señor está próxima,» nos exhorta. Evitemos estar distanciados por nuestras rencillas y diferencias. Hay que ser fuertes y pacientes.

La tercera lectura, el evangelio, corresponde a Mateo 11,2-11. Juan Bautista manda a dos de sus discípulos a preguntarle a Jesús, «¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?». Jesús les dice: «los ciegos ven y los paralíticos caminan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia el Evangelio. ¡Y feliz aquel para quien yo no sea motivo de tropiezo!».
Como vimos en la primera lectura que los cojos caminen y los ciegos vean y los sordos oigan esto todo es señal inequívoca que el Reino de Dios ha llegado. La salvación no es algo del futuro, o del más allá. La salvación ya está aquí con nosotros, aquí, en este mundo.

Comentario
Como apuntado al comienzo, este es el domingo del alegrarse, dentro del ciclo de Adviento. 
En nuestro evocar los misterios de nuestra fe, en Adviento evocamos esta situación de esperar los tiempos mesiánicos previo al nacimiento de nuestro Salvador. En el tercer domingo de Adviento evocamos la esperanza creciente, porque la salvación –la aparición del Mesías– está más cerca. Pronto comenzaremos el novenario de Adviento en la forma de las misas de aguinaldo. En los monasterios y conventos ese novenario tomará la forma de las Antífonas «O», las antífonas del rezo de Vísperas en los nueve días antes del 24 de diciembre.
Placer, alegría, felicidad – en Navidad.
Uno puede distinguir entre el placer, la alegría y la felicidad. 
El placer es algo básico y espontáneo. Es algo así como una reacción neurovegetativa. En Navidad es un placer encontrarnos y cenar e intercambiar regalos con familiares y amigos. 
La alegría es algo más espiritual, o más puramente neuronal, es decir, derivada directamente de la actividad de nuestras neuronas. La alegría puede ser espontánea, o conscientemente provocada. 
En Navidades puede suceder que la alegría sea algo forzado, hasta producto de alguna manipulación de nuestro cerebro. Uno entra a las tiendas o sube en un ascensor y escucha la banda sonora con que quieren musicalizar el trasfondo de nuestras vidas para que uno se sienta y se imagine como en las películas, para que uno compre, compre, compre feliz. 
Igual, la alegría puede ser producto de algún ritmo contagioso en la fiesta con los compañeros de trabajo, a lo que se puede añadir el ingrediente de las bebidas alcohólicas. Es cuando nos podemos dar abrazos con la gente que normalmente no soportamos, hasta por motivos cristianos, también. 
La alegría puede ser sincera, espontánea. Y puede ser algo que la sociedad exige. Hay que estar alegre porque eso es lo que espera de la situación. Aunque no se sepa cuál es el motivo para estar alegres. 
Y luego está la felicidad. Eso no es lo mismo que la alegría, ni el placer, claro. Como decía Aristóteles, nadie puede considerarse feliz hasta que no esté a las puertas de la muerte. Algo así son los pensamientos propios de Adviento. La muerte siempre nos acompaña; está ahí desde que nacemos. Nadie conoce el día, ni la hora. Feliz a quien la muerte sorprende bailando, como un profesor argentino que conocí, en medio de los amigos y los familiares, en medio de una fiesta. 
Claro, le echó a perder la fiesta a los demás, me imagino. Los que mueren, allá van, sólo Dios sabe a dónde. Y no es cierto lo que dijo Gustavo Adolfo Bécker en los versos de, «Dios mío, qué sólo se quedan los muertos». Los que se quedan solos, son los vivos. 
Juan Bautista en el evangelio de hoy.
En términos generales uno puede decir que Juan Bautista anunció la inminente llegada del Reino y enfocó en el aspecto del castigo de Dios a los que no encontrara preparados. Jesús por su parte enfatizó el aspecto positivo de la llegada del Reino, la alegría que provoca saber que ya el Reino está aquí. Juan proclamó la cercanía del evento. Jesús proclamó que ya el evento está aquí.
Como en otros domingos me apoyo en el autor Gerhard Lohfink y sus comentarios a los evangelios, en esta ocasión para el párrafo anterior. 
Juan, igual que Moisés, no llegó a entrar a la tierra prometida. Para eso hubiera sido necesario –este pensamiento ahora es mío– que Juan llegase a ser discípulo de Jesús. 
Pero no parece haber sido cierto que Juan fuese discípulo de Jesús. Lo contrario es lo que parece haber sido: Jesús fue discípulo de Juan y se bautizó en el Jordán. Esta es la opinión de unos cuantos estudiosos de la Biblia. 
Aquí no es asunto de echar de menos alguna confirmación histórica de la fe. Es asunto de buscar entender mejor nuestra fe. Este es un ejercicio de lo que San Anselmo llamó fides quaerens intellectum, uno preguntándose en términos intelectuales, pero desde la fe que ya se tiene. De esa manera se enriquece la propia fe en base al preguntarse a sí mismo y buscar entender.
No es que la fe tenga que fundamentarse en la inteligencia. La base de la fe es el encuentro con Dios. La fe es algo así como el enamorarse de una mujer que uno nunca vio antes y que entonces vemos como una aparición. 
¿No fue así aquel primer amor? Un tío mío decía que «el matrimonio es la tumba del amor». Es que una cosa fue el primer impacto de la imagen y otra, el descubrimiento de la realidad detrás de la imagen. Es que de la realidad sólo tenemos imágenes y el resto son conjeturas. Con el tiempo la experiencia puede desmentir las conjeturas. Sólo que con Dios es otra cosa. Y con el matrimonio…no siempre tienen que haber desengaños. La realidad puede confirmar conjeturas románticas. 
En el caso de nuestra relación con Dios es cosa imposible llegar a descubrir/confirmar lo que va implicado en las conjeturas de la primera experiencia de fe, el primer encontronazo con Dios. Una cosa está clara: en la historia del pueblo de Israel es Dios quien sale al encuentro, a la búsqueda de los israelitas. Eso no se da en las otras religiones, parece. 
En ese contexto Juan dice: Dios está por llegar y si no cambian de estilo de vida, lo van a pagar caro. Jesús dice: Dios ya está aquí y feliz el que me cree y no se conturba o escandaliza por lo que digo. 
El Sermón de la montaña: "Bienaventurados…"--no serán, sino son. El Reino está aquí, en presente.
Jesús no está hablando del más allá. Está hablando del aquí de los judíos de aquel momento. Por eso es que uno puede decir que eso es lo que quiere decir, cuando dice que el más pequeño en el Reino es más grande que Juan. 
De la misma manera podemos pensar que nosotros también somos dichosos. El Reino es de aquí y ahora. No es del más allá del ahora. Es «de este mundo», aunque no pertenece al mundo. Como dirá la carta a Diogneto, un documento de los primeros tiempos del cristianismo: «Los cristianos no se distinguen de los demás hombres, ni por el lugar en que viven, ni por su lenguaje, ni por sus costumbres» (Ver el documento completo en el sitio del Vaticano).

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