Cristo reina sirviendo. «Si uno quiere ser el primero, sea el último de todos y el servidor de todos.», dijo Jesús a sus discípulos (Marcos 9,35). Quien se haga pequeño como un niño, ése es el mayor en el Reino de los Cielos (Mateo 18,4).
Hasta hoy día le cuesta a los cristianos entender cómo es que el Reino de Dios no es de este mundo.
Cuán peligrosos han sido esos cristianos que han pretendido que la Iglesia institucional reine políticamente y socialmente sobre el resto de la humanidad. Igualmente peligrosos han sido los que han entendido el cristianismo sólo en términos occidentalistas.
Qué tal buscar el sentido del cristianismo al modo de los primeros cristianos como en la Carta a Diogneto (disponible en el sitio del Vaticano) del año 158 después de Cristo. «Los cristianos no se distinguen de los demás hombres, ni por el lugar en que viven, ni por el lenguaje, ni por su modo de vida», dice la carta. «Los cristianos viven en el mundo, pero no son del mundo,» dice también este texto en otro lugar; luego añade, «los cristianos viven visiblemente en el mundo, pero su religión es invisible». Valga subrayar eso: la religión de los cristianos se describe en este documento como invisible. Así, nos dice Diogneto, los cristianos no comparten la mentalidad de los paganos (ni entonces, ni ahora), pero eso no significa que en su conducta externa sean distintos a los demás o que estén en guerra santa contra los paganos. Viven en el mundo, pero con criterios cristianos en el modo de llevar su vida.
Esto no quiere decir que la vida del cristiano ha de darse en una dimensión angelical, no material. Eso no es lo que dice el texto. Lo que dice es que el cristiano vive según unos criterios que no son los que comúnmente se dan como la vanidad y la vanagloria, el egoísmo y el engreimiento, el desprecio a otros y la ceguera con los propios intereses sin pensar en las necesidades de otros, así. Es en ese sentido que el cristiano no es de este mundo.
Los criterios cristianos están claramente expuestos en los evangelios. Está el caso de los que fueron a preguntarle a Juan Bautista sobre qué hacer con sus vidas. « La gente le preguntaba: "Pues ¿qué debemos hacer?" Y él les respondía: "El que tenga dos túnicas, que las reparta con el que no tiene; el que tenga para comer, que haga lo mismo." Vinieron también publicanos [recaudadores de impuestos, lacayos del Imperio] a bautizarse, y le dijeron: "Maestro, ¿qué debemos hacer?" Él les dijo: "No exijáis más de lo que os está fijado." Preguntáronle también unos soldados [agentes de los Grandes Intereses]: "Y nosotros ¿qué debemos hacer?" Él les dijo: "No hagáis extorsión a nadie, no hagáis denuncias falsas, y contentaos con vuestra soldada." (Lucas 3,10-14).
Es injusto pretender imponer los propios intereses y valores cristianos al resto de la sociedad. Cada uno tiene derecho a vivir según su propio criterio. Notar que el Bautista no propuso montar una guerra santa, ni montar una campaña política, contra los poderes sociales establecidos. Simplemente dijo que no había que ser como los que viven desentendidos de los demás.
San Pablo resumirá el ideal para el cristiano: «Porque el Reino de Dios no es cuestión de comer o beber determinadas cosas, sino de vivir en justicia, paz y alegría por medio del Espíritu Santo. El que de esta manera sirve a Cristo, agrada a Dios y es aprobado por los hombres. Por lo tanto, busquemos todo lo que conduce a la paz y a la edificación mutua» (Romanos 14, 17-19).
Cristo reina, no como los reyes de este mundo, sino como presente con nosotros en las pequeñas comunidades de base, en las comunidades cristianas y en todo esfuerzo en pro de la justicia que lleva a la paz. Si los cristianos asumen algún tipo de acción social, que no sea para una política de violencia dirigida a dominar sobre los demás o a obligar a los demás a una conducta en la que ellos no creen. Respondamos cada uno por nuestros pensamientos y nuestros actos.
Ya esto lo anunciaron los profetas: "Se te ha declarado, hombre, lo que es bueno, lo que Yahveh de ti reclama: tan sólo practicar la equidad, amar la piedad y caminar humildemente con tu Dios." (Miqueas 6,8).
Jesús lo confirma: «Habéis oído que se dijo: 'Ojo por ojo y diente por diente.' [Éxodo 21,24] Pues yo os digo: no resistáis al mal; antes bien, al que te abofetee en la mejilla derecha ofrécele también la otra: al que quiera pleitear contigo para quitarte la túnica déjale también el manto; y al que te obligue a andar una milla vete con él dos. A quien te pida da, y al que desee que le prestes algo no le vuelvas la espalda. "Habéis oído que se dijo: 'Amarás a tu prójimo' y odiarás a tu enemigo. [Levítico 19,18] Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos». (Mateo 5-38-45).
Vemos cuán confundidos andaban aquellos que en el siglo 20 organizaban escuadrones de Cristo Rey para hacer guerra santa contra «el mundo». Es absurdo pretender volver a esos tiempos como parecen pretender algunos tradicionalistas católicos.
Como también lo propuso san Juan: «no amemos de palabra ni de boca, sino con obras y según la verdad» (1 Juan 3,18).
Cristo reina, pero no como los reyes de este mundo, ni como los que buscan imponerle sus criterios a los demás.
Invito a ver mis apuntes del año 2015 sobre los lecturas y también los del 2018, un tanto más extensos (pinchar sobre el año).
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