En el evangelio de hoy vemos la parábola del hijo pródigo
La primera lectura de hoy es del libro de Josué 5,9a.10-12. Corresponde al momento en que Moisés ha muerto y los israelitas entran a Canaán, acampando en Guilgal. En los calendarios antiguos marzo era el primer mes del año y la pascua judía se celebraba el día 14 de este mes. El texto nos dice que los israelitas celebraron la pascua, su liberación de Egipto, y a partir del día siguiente ya comenzaron su asentamiento definitivo en aquellos territorios, lo que se expresa con la imagen de, «Al día siguiente a la Pascua, comieron ya de los productos de la tierra».
La segunda lectura es de san Pablo, 2 Corintios 5,17-21. «Si alguno está en Cristo es una criatura nueva,» nos dice. De la misma manera que los israelitas en la Tierra Prometida, los cristianos bautizados en el agua y el Espíritu por la fe, son una criatura nueva en un mundo nuevo.
En Cristo, Dios mismo nos reconcilió a él y con él, sin tener en cuenta nuestros pecados, nos dice el Apóstol. «Al que no conocía el pecado, lo hizo pecado en favor nuestro, para que nosotros llegáramos a ser justicia de Dios en él,» nos dice.
Notamos aquí lo que vamos a ver en evangelio: Dios, como un padre amoroso, se hace la vista larga de los pecados de los pecadores. Basta que el pecador muestre arrepentimiento y propósito de cambiar de vida. Esto es lo que nos vino a recordar Jesús, algo ya anunciado por los profetas. Dios nos ama incondicionalmente y sólo pide un corazón dispuesto a reconocer su necesidad de Dios. Dios no pide reparación por los pecados, como también apunta san Cirilo de Alejandría en una de sus homilías pascuales. Dios sólo pido reenfocar la vida en él, cambiar de vida. Dios no pide sacrificios, sino un reenfocar de la orientación de la propia vida, el «holocausto» del corazón en forma de limosnas, atención a los pobres y necesitados, el «sacrificio» o la oración de acción de gracias.
Dios no pidió reparación por nuestros pecados, sino que nos justificó a todos por la gracia y la misericordia. Nos hizo adoradores en el Espíritu y propuso un estilo de vida basado en la bondad del corazón, en un estilo de vida de honestidad y decencia. A más de un cristiano (en todas las denominaciones) le falta ver esto, lo que es un escándalo. Es porque el fariseísmo sigue dándose, cuando se ve nuestra relación a Dios con criterios de abogados.
Ese es el misterio de la cruz: que Dios nos haya dado tanta importancia, que Dios haya querido asumir nuestra naturaleza humana para someterse y ser víctima del mal en el mundo y de esta manera enseñarnos el camino para superar el pecado y el mal. Porque con su resurrección demostró que, si es verdad que estamos sometidos al mal como él lo estuvo, Dios por su parte nos ofrece vida. Jesús vino a mostrarnos el camino al Padre.
En el evangelio de hoy (Lucas 15,1-3.11-32) vemos la parábola del hijo pródigo. Los escribas y los fariseos criticaban a Jesús porque acogía a los pecadores y también se sentaba a comer con ellos. A propósito de esa crítica Jesús presenta la parábola. Nos narra la historia del hijo que fue engreído y egoísta y malbarató la herencia, igual que los israelitas que no fueron fieles a Dios. Pero luego le va mal y entonces recapacita y vuelve a la casa del Padre arrepentido.
Los oyentes, quién sabe, recordaron la historia de Israel, que por apartarse de Dios sufrió la consecuencia de la invasión de los asirios y los babilonios, que llevó a la destrucción y al Exilio. Y ya desde entonces por boca de los profetas Dios les indicaba: basta que se arrepientan y vuelvan (y cambien de vida), que yo les perdonaré.
Así, Jeremías 3,12-13: «Vuelve, Israel apóstata, - oráculo de Yahveh -; no estará airado mi semblante contra vosotros, porque piadoso soy - oráculo de Yahveh - no guardo rencor para siempre. Tan sólo reconoce tu culpa». Recomiendo al lector ver el resto de ese capítulo de Jeremías y verá cómo en los dichos de Jesús hay ecos de ese profeta.
Algo así también encontramos en Isaías 49,15-16: «¿Acaso olvida una mujer a su niño de pecho, sin compadecerse del hijo de sus entrañas? Pues aunque ésas llegasen a olvidar, yo no te olvido. Míralo, en las palmas de mis manos te tengo tatuada, tus muros están ante mí perpetuamente».
Esto es lo que vemos cuando el hijo pródigo llega de vuelta a la casa de su padre. El padre se alegra enormemente y manda a vestirlo con el mejor vestido que encuentren y manda a celebrar una fiesta, un banquete. En eso llega el hermano que siempre fue correcto con su padre y se queja de que el padre esté celebrando al hijo que lo traicionó mientras que él, que es fiel, a él no lo celebran.
La queja del hermano es la de los fariseos que se sienten que son gente buena, pero que son envidiosos de la buena fortuna de los demás y que se creen que por ser buenos son superiores a los pecadores. No se dan cuenta de que ellos también son pecadores y débiles y capaces también de caer. A ellos fue que Jesús les dijo que criticaban la paja en el ojo ajeno mientras no veían le viga en el ojo propio. Su falta de empatía y conmiseración confirma la dureza de su corazón. Es la actitud que también encontramos en más de un cristiano que se siente justificado.
Las guerras políticas y sociales que libran los cristianos tradicionalistas y conservadores se pueden librar al modo cristiano (con empatía y comprensión y amor evangélico) o al modo fariseo. Esto es lo que tienen que entender esos clérigos y obispos y esos bautistas y evangélicos cegados de pasión política que pretenden imponer criterios humanos creyendo que así promueven cristianismo. En realidad promueven fariseísmo.
Es un escándalo, que haya grupos tradicionalistas católicos (igual, en otras iglesias) que a la manera de las sectas conspiran para manipular a los incautos y para manipular la verdad también, con tal de promover los intereses institucionales, por sobre el bien de las personas. Es lo que hacían los fariseos. Para un cristiano es imposible mirar al otro como un objeto de manipulación. Así no es como Dios nos ve. La verdadera imitación de Cristo nos lleva a ver a los demás con respeto, a la manera con que el padre le dio la herencia al hijo con el riesgo de que el hijo fuera irresponsable. Dios respeta al pecador en su pecado, aunque sigue llamándolo a la conversión.
Uno no entiende lo que es el amor al prójimo hasta que no ama al prójimo incondicionalmente, como Dios lo ama y hasta que no siente la alegría de que otro alcance la salvación. Cuando uno se está ahogando y sabe que se salvó de ahogarse gracias a otro que vino en su ayuda, sabe que su salvación se la debe al otro. Si uno es persona decente (y ser cristiano es ser decente) uno es agradecido, porque los méritos propios no tienen que ver con haber sido rescatado. Por eso se se alegra que otro también logre la salvación.
En las lecturas del ciclo A para este domingo leemos el evangelio de la curación de un ciego. Estamos hablando de lo mismo, de abrir los ojos para ver nuestra propia debilidad humana y nuestro propio pecado para entonces reconocer también con inmensa alegría lo que es la misericordia divina, el inmenso amor de Dios para con nosotros.
Invito a ver mis comentarios a las lecturas de este día, del 2019 (pinchar la fecha).
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