Tenemos una tendencia a juzgar a los demás y a esperar que se comporten como nos parece a nosotros. Esto se da entre los cristianos, o también, entre los más dedicados a la vida de fe y el esfuerzo por una vida justa. No caemos en cuenta de que cada uno es un mundo y que cada uno camina según la luz que le alumbra.
Nuestros juicios sobre los demás en vez de ser justos, son prejuiciados. Los demás tienen que ser según nos parece a nosotros.
Es manera de ver las cosas o de ver a los demás, cambia una vez que visualizamos la posibilidad de que estemos equivocados, que no es que “tenemos la verdad agarrada por el rabo”. Aun cuando el otro pueda parecer equivocado, existe la posibilidad de que en realidad somos nosotros los que estamos equivocados.
Nos creemos en posición de reconocer el pecado en el otro, y quizás no vemos el mayor pecado en nosotros.
Nuestra sabiduría de por sí es una sabiduría frágil, por más que estemos seguros en lo fundamental. Creemos en el Señor Jesús, pero no podemos creernos seguros en los detalles. Por eso es que es trágico, cuando se juzga a alguien desde nuestro supuesto saber superior.
Es lo que sucede, igualmente, entre las iglesias y entre las religiones. Unos juzgan a otros desde las supuestas verdades absolutas que cada uno tiene. Es lo que sucede entre cristianos “de avanzada” y cristianos “conservadores”.
No olvidemos la sorpresa que representa descubrir con el evangelio que las prostitutas y los corruptos del gobierno tendrán más rango al llegar al cielo que los entregados a la religión.
Para un buen cristiano, como para un buen budista o un buen musulmán, no tiene sentido pensarse superior a los demás.
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