España nos dejó una herencia cultural de cosas buenas y cosas… no tan buenas. Pasa lo mismo con los norteamericanos de cultura anglosajona: nos han dado cosas, y otras cosas.
Una de las cosas no tan buenas que llevamos como un legado de España es el de pensar desde las ideas, antes que desde las cosas mismas. Por eso hasta obligamos a las cosas a que sean como nosotros decimos que tienen que ser, con Cuba de mejor ejemplo.
Razonar desde las cosas es razonar desde la experiencia. Pero sin abandonar la lógica, la razón.
Razonar desde las ideas es dejarse llevar por los prejuicios y dejar la lógica correr como un caballo desenfrenado, es decir, sin freno. Entonces surge nuestro autóctono realismo mágico.
Pero la realidad, las cosas, nos llevan sin remedio a la venganza; la realidad se venga de nosotros. Claro, no hay peor ciego que el que no quiere ver, al modo con que Don Quijote terminó diciendo que algún malicioso encantador le cambió los gigantes en molinos. Está la anécdota de los comisarios comunistas que declararon a los campesinos unos saboteadores de la revolución porque la cosecha no había sido buena. Les habían ordenado sembrar naranjas en Polonia.
Los hispanos siempre sabemos quién es ese malicioso encantador que nos produce esa realidad que contradice nuestro mundo mágico: los yanquis, la banca internacional, el neoliberalismo… Pareciera que no hay modo, siempre tenemos que razonar a partir de ideas e ideologías.
Para colmo, habrá quien diga que la misma ciencia es una ideología. Bueno, pero es una ideología diferente a las demás: comienza viendo las cosas lo más desapasionadamente posible y luego se deja llevar por las ideas, pero al modo con que alguien sabe que tantea en la oscuridad y hay que ver cómo confirmar o “desconfirmar” o desacreditar las ideas en base al tanteo, es decir, la experiencia con las cosas.
Todos son metáforas y conceptos, inclusive el mismo constructo de “cosa”; pero no es lo mismo una metáfora flotando en el espacio, que una metáfora en confrontación experimental, es decir, frente a frente con la experiencia. La lógica sin referencia honesta a la experiencia termina siendo imaginación, locura. Por lo pronto baste decir que hay mucho más que decir sobre este tema.
Por lo pronto baste recordar que el “Siglo de oro” español se llamó así por la gran cantidad de oro que llegó a España desde América. Los españoles (duques, marqueses, reyes) se dedicaron a vivir como quien se ganó la lotería. No era dinero que se había sudado y trabajado. Y lo gastaron desenfrenadamente en las guerras de religión hasta que los tercios españoles quedaron enterrados en Europa del Este para 1648, en lucha contra los luteranos. Ya por entonces hasta en palacio se pasaba hambre, como decían los de entonces. Entre tanto el pueblo ni se enteraba, como lo vemos en El Lazarillo de Tormes y Vida del Buscón.
Baste leer sobre la vida del Duque de Lerma para saber cómo andaban las cosas. Cuando llegaron los borbones en el siglo 18, hasta se llegó a dar una revuelta popular en contra de las nuevas costumbres y el que favoreciera las ciencias y la industria era tildado de “afrancesado”. Véase la vida de Jovellanos. De ahí nació ese prejuicio que ser buen español significa favorecer la religión y desentenderse de las ideas extranjeras. Cuando Albizu enfatizó el catolicismo, no fue solo por imitar a los irlandeses. Siempre recuerdo en la plaza de Lares, 1968, cuando un viejo nacionalista salió hablando en su discurso de andar con la espada de Bolívar en una mano y el rosario en la otra mano.
Sobre ese trasfondo quiero enfocar la crisis económica del Puerto Rico de hoy. No quiero decir que la crisis fuese causada sólo por la ceguera ideológica. Pero eso fue uno de los factores que nos trajeron aquí. Y he querido escribir sobre esto porque me parece ver que en el mundo de los sindicatos siguen empecinados en defender unos derechos adquiridos que bien se deben defender… pero entonces resulta que no hay dinero con qué.
La ley prohíbe el homicidio, pero decirle eso a un criminal no lo va a detener. La ley impone la pensión alimentaria, pero eso no es suficiente para que el responsable la envíe. Por eso hay que confiscarle el dinero del sueldo. Así son las cosas…
¿Quién tomó la decisión de asumir unos préstamos que ahora son impagables? Pensando en eso se me ocurre lo siguiente.
- Hace décadas que nos acostumbramos a comprar sin tener dinero. Compramos con tarjetas de crédito. Compramos con préstamos.
- Hay personas que llegan a comprar lo que se van a comer con la tarjeta de crédito, sin pensar en cómo lo van a pagar.
- Es como comprar una casa con un préstamo hipotecario. Uno piensa en la mensualidad que habrá de pagar y si tendrá el dinero para cumplir.
- Un estudioso de la economía o un experto en finanzas sabrá que hay que pensarlo, hay que hacer proyecciones, antes de tomar dinero prestado.
- ¿Quién tomó la decisión de construir el tren urbano? ¿Alguien se dijo, “Cuesta tanto, implica tanto de mensualidad/anualidad, los intereses son tanto, habrá que tener dinero disponible para pagar, se necesitará que haya x número de personas pagando por viajar en el tren urbano”?
- ¿Quién hizo ese mismo ejercicio con la construcción del Coliseo? ¿Con el superacueducto? ¿Con la otorgación de los bonos de Navidad como obligatorio por ley?
- ¿Quién podía decirle a un alcahuete del alcalde o del gobernador o un alicate de la Legislatura que sus ideas no tenían sentido?
- Que no tenía sentido seguirse endeudando para pagar la deuda sin pensar en cómo finamente se iba a pagar la deuda. A ver quién podía decirlo.
- El gobierno se convirtió en un campo de fuerzas, un tirijala, en que lo importante es “tener mollero”.
- Los caseríos mandan, porque tienen la mayoría de los votos. Por eso la televisión local (que llega por aire no por cable) tiene programas tan chabacanos. Se cumplió el deseo de Sunshine cuando decía “Soy cafre, ¿y qué?”
- Para adquirir fuerza habría que convencer a las multitudes, como lo hizo Muñoz Marín al pronunciarse con la consigna de “Verguenza contra dinero”.
Pero ya no estamos en la época en que se anuncian unos juegos florales y el público asiste. Ya ni se sabe lo que son unos juegos florales. Por eso el rescate económico es tan cuesta arriba. Ni tan siquiera soñamos como el Quijote. Nuestros sueños ahora son más groseros.
El resto el lector puede seguir pensándolo.
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