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Domingo 23, Tiempo Ordinario, Ciclo B


Nicolás Poussin, siglo 17



La primera lectura para este domingo está tomada del libro de Isaías 35,4-7a. “Decid a los cobardes de corazón: «Sed fuertes, no temáis»,” comienza el pasaje de la lectura de hoy. En medio de la desgracia del cautiverio babilonio el profeta anima al pueblo a no perder la fe y la esperanza. 
Los contratiempos suelen venir en tandas y a veces se nos acumulan. Uno termina en el fracaso, derrotado. Así estaba el pueblo de Israel, humillado. Los babilonios abusaban de ellos, los maltrataban. Los israelitas eran como los esclavos en las islas del Caribe, vistos como salvajes de otras tierras cuyos dioses eran superstición.
Entonces el profeta anuncia la liberación. Dios sabe de nuestras dificultades y vendrá en nuestro auxilio. “Mirad a vuestro Dios que trae el desquite, viene en persona,” dice. 
En ese contexto es que ubicamos la vida y hechos de Jesús. Dios mismo ha venido. Y ha venido en persona para “darnos la mano”. 
Vale citar el resto del pasaje. “Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará.”
En ese contexto se vieron los signos y milagros de Jesús, uno pensaría.
Esos milagros anuncian los tiempos mesiánicos, que para los cristianos desde los tiempos de Jesús fue algo equivalente a los últimos tiempos. Al final de los tiempos habrá un mundo según la intención con que Dios lo creó desde el principio.
Lo que propone el profeta se enmarca en la visión de su tiempo, cuando todavía no estaba presente en su esquema de vida el elemento espiritual como un componente platónico de la realidad.

Así, para el profeta nuestro futuro no está en el cielo con los espíritus, sino en una tierra, una dimensión material según las intenciones originales de Dios. Esta tierra, alterada e imperfecta, será devuelta a lo que siempre debió ser, como en el paraíso original. 
Entonces, igual que los contemporáneos de Jesús veremos los tiempos que describe el profeta Isaías al final de la lectura de hoy. “…han brotado aguas en el desierto, torrentes en la estepa; el desierto será un estanque, lo reseco un manantial”.

El salmo responsorial canta los versículos del Salmo 145,7.8-9a.9bc-10, con que alabamos a Dios siguiendo el tema de este domingo. 
Como proclamado en la primera lectura en boca del profeta Isaías, los versículos de este salmo también alaban a Dios que no se olvida de los que viven atrapados en situaciones de pecado. 
Como con los israelitas en el cautiverio babilonio, “Él mantiene su fidelidad perpetuamente, hace justicia a los oprimidos, da pan a los hambrientos. El Señor liberta a los cautivos.”
Los versículos del salmo responsorial engarzan así con la narración del milagro en el evangelio de hoy. “El Señor abre los ojos al ciego, el Señor endereza a los que ya se doblan, el Señor ama a los justos.”

La segunda lectura continúa la Carta del apóstol Santiago 2,1-5. El apóstol continúa el tema del domingo anterior. Los cristianos a menudo se comportan, no como cristianos, sino según criterios de paganos. Practican la acepción de personas. 
Paréntesis
“Acepción de personas” quiere decir: tratar al otro según las apariencias. Si el otro es el obispo, se le rinde respeto. Si es un mendigo en la calle, se le mira con recelo. 
En una ocasión tuve que llamar a una parroquia por una razón que no recuerdo. Cuando al otro lado el cura levantó el teléfono sólo me dejó decir dos palabras y me interrumpió. “¡Monseñor! Qué sorpresa,” me dijo con tono obsequioso. Había confundido mi voz con la del obispo. Cuando le aclaré, el tono cambió.
Y es que confundimos el miedo con el respeto. Puestos a respetar, la motivación debe ser el sentido del deber, decía Kant. Por eso, ya a las puertas de la muerte, Kant insistió en ponerse de pie cuando llegó el médico, porque era su deber. Unos minutos más tarde, murió sentado en la silla. 
Pero Kant creía firmemente en lo que lo motivaba. Para los que no entiendan la razón del deber, la idea kantiana puede llevarlos a una falta de autenticidad. Un niño no puede entender la razón de leer lo que en la escuela le ordenaron leer. Si lo hacer por puro deber, hasta se le puede torcer el espíritu. Más de un adulto en realidad es un niño cuando se trata de la religión y el sentido del deber. 
Por eso tiene más sentido decir que actuemos por ilusión, por entusiasmo, por convicción propia.

Es un contrasentido que un cristiano decida su actuación en base a la percepción del prójimo. Hacer distinciones entre las personas para distinguirlas en el trato es cosa de paganos y de “buscones”. En nuestro mundo hispano esto se da con frecuencia. Se confunde el respeto con el miedo. Es asunto de cobardes.
Por la fe todos somos iguales, sin que necesitemos un filósofo para venir a decirlo. El cristiano encontrará natural el trato de igual a igual, lo mismo con el vil canalla, que con el santo varón. Eso no justifica confianza, o excesos de confianza. Estamos hablando del respeto al otro.
Lo mismo ricos y pobres, aristócratas y plebeyos merecen todos el mismo trato cristiano. Lo mismo santos, que pecadores, son dignos de nuestra consideración. Porque la dignidad humana no consiste en ser santo, honorable, de “buena familia”, cosas así.

Lo que el cristiano respeta no es tan siquiera esa dignidad que se tiene sólo por ser un ser humano sin que uno tenga que hacer nada para tenerla. Esa era la dimensión de Kant. Decía el filósofo alemán que hay que tratar a los demás, no como instrumentos para nuestros propios fines, sino seres con un valor propio digno de respetarse. Ese valor propio se tiene por el mismo hecho de ser un ser humano. 
Pero el cristiano, aun reconociendo eso que propone Kant, respeta por igual al obispo y al deambulante, pero por otra razón. Lo hace en razón del evangelio y las Escrituras: Levítico 19,18; Marcos 12,31. Los respeta, no porque merezcan respeto, sino porque Dios los respeta (Mateo 5,45) y porque somos cristianos. Los cristianos se aman entre sí y aman al prójimo como a sí mismos. 
¿Qué tal si pensásemos lo mismo de Dios? Y si Dios ama a los delincuentes y a los criminales como se ama a sí mismo…
Cómo es posible, dice entonces el apóstol Santiago, que lleguemos a practicar el favoritismo, la acepción de personas, en las mismas asambleas de oración cristiana. Es un escándalo. “No juntéis la fe en nuestro Señor Jesucristo glorioso con el favoritismo,” les dice el apóstol Santiago en la segunda lectura de hoy. 
Esto también tiene consecuencias políticas. Dios también cree en la democracia.


El evangelio de hoy continúa la lectura del evangelio de Marcos 7,31-37. “En aquel tiempo, dejó Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del lago de Galilea, atravesando la Decápolis,“ comienza el pasaje de la lectura de hoy.
 Jesús continúa itinerante por el norte de lo que hoy es Palestina, Israel, el Líbano, Asiria…lo que otrora fue territorio del reino de David y Salomón, colindante con el Líbano de su época. Es el territorio que más tarde se identificó con Israel, o Reino de Norte.
Si miramos el mapa hoy día, pareciera que Jesús dio una vuelta grande desde Tiro, para llegar hasta el lago de Galilea cruzando por la Decápolis. 
Paréntesis
En tiempos de Jesús aquel territorio estaba influenciado por la cultura del helenismo, o de los griegos, desde las conquistas de Alejandro el Grande unos ciento cincuenta años antes. Los colonos helenistas (no necesariamente griegos) venidos de otras partes andaban entremezclados con los judíos y otros palestinos y canaanitas por así decir. Esto es lo que dio ocasión a que algunos “gentiles”, “goyim”, se convirtieran al judaísmo. Y también, como otras veces en la historia de los hebreos muchos judíos se empaparon de cultura ajena y la adoptaron.
Es posible que el cristianismo luego reclutó para atrás un número de aquellos judíos “apóstatas”, junto a otros helenistas convertidos al judaísmo. Quién sabe si a eso se refiere lo de ir al rescate de “las ovejas perdidas de Israel” (Mateo 10,6 y 15,24). Esto es una opinión mía, de aficionado.

El lago de Tiberíades (Galilea) en la distancia, detrás de las Alturas de Golán, visto desde las ruinas de Gadara
Gerasa


Las ciudades de la Decápolis, entre las que estaban Gerasa (los endemoniados de la piara de cerdos en Marcos 5,1ss) y Gadara (el relato del endemoniado que salió de entre las tumbas en Mateo 8,28), se caracterizaron por ser focos o “bastiones” del estilo de vida helenista. Las ruinas de Gerasa son las mejor conservadas de las ruinas romanas en el Oriente Cercano. 

Mientras cruzaba por esos territorios le traen a Jesús a uno para que le cure. “Y le presentaron un sordo que, además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga las manos.”
El hecho de que la gente esperaba que con sólo imponerle las manos era suficiente como para curarlo demuestra la fe que había en Jesús. Pero él no le impone las manos, sino que lo apartó a un lado, nos dice el evangelista. Pareciera que, como en otras ocasiones, Jesús obró el milagro apartado del grupo.
“…le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua,” continúa. 
El milagro no deriva de una acción espiritual, un encantamiento, sino de unos gestos que podríamos llamar “sacramentales”. 
Jesús actúa dentro del esquema del profeta Jeremías, en la primera lectura. Dios restaura lo que estaba roto, como el alfarero que repara la vasija. 
Entonces Jesús le ordena  mantener en secreto su curación, a él y a los demás. Pero “cuanto más se lo mandaba, con más insistencia lo proclamaban ellos”.
Que Jesús no quiere que se sepa del milagro o curación puede ser indicativo de una narración que posiblemente se remonta a la época misma de la vida de Jesús. 
No creo, como aficionado, que se pueda adivinar la razón para ordenar que no se hablara de sus curaciones. Pero sus razones las habría. 
Comentario breve
Que Judá (Reino del Sur) se salvó de ser borrada de la faz de la tierra alrededor del 720 AC, cuando le sucedió lo mismo a Israel (Reino del Norte)…eso fue una intervención de Dios. Los asirios, que habían arrasado ya con el norte, no pudieron arrasar con Jerusalén debido a una epidemia que cundió en su ejército. 
De igual modo alaba a Dios el que se está ahogando y entonces siente que la corriente marina lo arrastra a la playa. En ese contexto es que en medio de la calamidad uno espera la ayuda de Dios. 
En la primera lectura ahí está. El profeta anima a los israelitas en el destierro babilonio, diciéndoles que Dios no se olvida de ellos. Cuando él vuelva para rescatarlos, los ciegos verán y los cojos caminarán. Es lo que se cumple en el evangelio.
Pero…pareciera que la actitud del profeta es pasiva. Al pueblo sólo le toca esperar, algo así como los puertorriqueños que esperan que venga algún día la incorporación plena a los Estados Unidos como el estado 51, o la independencia plena con la proclamación de la república puertorriqueña.
En la época moderna no se piensa así. Uno no puede ser pasivo en la vida. Es lo que el proverbio español expresa con “A Dios rogando y con el mazo dando”. El contexto original de ese dicho fue el de los combates contra los moros. En medio del forcejeo de la batalla, lo mismo podían rajarle la cabeza a uno, que poder uno (matar) al otro y salir ileso. El que volvía de la batalla daba gracias a Dios.
Es el modo espontáneo con que naturalmente hemos visto lo que sucede en nuestras vidas. Las cosas suceden “si Dios quiere”; por eso, “Mañana Dios mediante terminamos el proyecto”. 
Ciertamente Jesús curó y obró milagros, como hecho histórico. Los testimonios son numerosos.
Y también, esos milagros y curaciones fueron vistos dentro del esquema de lo que vemos hoy en la primera lectura. Es lo que llegaron a ver los discípulos camino a Emaús.


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