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Domingo 24, Tiempo Ordinario, Ciclo B



La primera lectura para este domingo está tomada del libro de Isaías 50,5-9a. Es una especie de endecha (canto triste) integrada al texto del profeta, según nos dicen los estudiosos, un canto al “hombre sufriente” que era el pueblo de Israel en tiempos del cautiverio en Babilonia. “El Señor me abrió el oído; yo no resistí ni me eché atrás: ofrecí la espalda a los que me apaleaban,” comienza el pasaje de hoy. 
El que es víctima de la violencia injusta y no la entiende, de repente puede entender lo que sucede, porque Dios le abre el oído para poder escuchar. Esto recuerda el evangelio del domingo pasado, cuando Jesús le abrió los oídos a un sordo. También recuerda los pasajes en que se dice que Dios le cerró la mente al pueblo para que no se salvaran (Is 6,10.
Cuando uno sabe que Dios está con uno, no tiene que sentir temor. Aunque sucumba ante el enemigo, no importa. “Tengo cerca a mi defensor, ¿quién pleiteará contra mí?… Mirad, el Señor me ayuda, ¿quién me condenará?”
Igual que el inocente Job, el autor del canto está diciendo: mi desgracia no es a causa de mis pecados. Porque Dios está junto a mí. Si el Señor está conmigo, soy inocente. 
De esa manera la primera lectura anuncia el tema del evangelio de hoy, en que Jesús anuncia su pasión y su desgracia al ser condenado en la cruz (Gálatas 3,13).

El salmo responsorial canta los versículos del Salmo 114,1-2.3-4.5-6.8-9, con que alabamos a Dios siguiendo el tema de este domingo. 
Amo al Señor, porque escucha
mi voz suplicante,
porque inclina su oído hacia mí
el día que lo invoco.

Aunque no lo parezca, Dios camina junto a nosotros. 

La segunda lectura continúa la Carta del apóstol Santiago 2,14-18. Continúa su reflexión sobre la inconsciencia de algunos cristianos que viven según criterios paganos. “Por sus obras los conoceréis,” parece decir (Mateo 7,16). 
“¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe si no tiene obras? ¿Es que esa fe lo podrá salvar?”, dice el apóstol Santiago en la lectura de hoy. A continuación pone el ejemplo del pobre y la viuda sin fuente de ingresos. Algunos cristianos pasan y no se fijan en ellos. Quién sabe si le predican la fe, pensándose misioneros, como en el caso de las colonias europeas en África y Asia. Pero “… no les dais lo necesario para el cuerpo; ¿de qué sirve? Esto pasa con la fe: si no tiene obras, por sí sola está muerta”.
Paréntesis
A lo largo del Nuevo Testamento, Santiago está solo en su llamar la atención sobre esto de que la fe sin obras es fe muerta. 
Por contraste, que la fe sola es suficiente para la salvación es algo que se repite como un tema en todo el Nuevo Testamento. Está por ejemplo Juan 6:28-29, un pasaje que leímos unos dos, tres domingos atrás: Ellos le dijeron: "¿Qué hemos de hacer para obrar las obras de Dios?” Jesús les respondió: "La obra de Dios es que creáis en quien él ha enviado.”
Por otro lado, está Colosenses 3,9-10: No os mintáis unos a otros. Despojaos del hombre viejo con sus obras, y revestíos del hombre nuevo… Esas palabras de San Pablo se dan en el contexto de (regañar) a los colosenses por su conducta impropia (Colosenses 3,8): ahora, desechad también vosotros todo esto: cólera, ira, maldad, maledicencia y palabras groseras, lejos de vuestra boca.
Si hay uno que enfatiza la sola fe como suficiente para el cristiano, es San Pablo. Así, Romanos 10,9 – si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Algo parecido encontramos en la primera carta de Juan 4,15. 
Por tanto, hay una relación entre la sola necesidad de la fe y la igual necesidad de frutos, o de obras. Así es que armonizan las citas en los dos párrafos inmediatamente anteriores.

Por eso es que el apóstol Santiago dice en la lectura de hoy, “…la fe: si no tiene obras, por sí sola está muerta”.
En la primera lectura vimos la pasión del inocente sufriente, o el justo inocente que sin embargo parece ser castigado por Dios. Es lo que encontraremos en el evangelio también, el anuncio de la pasión. 
Podemos decir que Santiago enlaza ambas lecturas al subrayar que la fe implica consecuencias. 

Esto es lo que encontramos en la declaración del 31 de octubre de 1999, una declaración conjunta entre el Vaticano y las iglesias luteranas (Declaración Dominus Jesus). 
Que haya un divorcio entre nuestra fe y nuestra conducta diaria, no tiene sentido.
Desafortunadamente muchos cristianos, incluso pastores evangélicos, curas y frailes, no se comportan a la altura de su fe. 

El evangelio de hoy continúa la lectura del evangelio de Marcos 8,27-35. De nuevo encontramos a Jesús en su recorrido por los pueblos de Galilea. Recordemos la curación del sordomudo el domingo pasado y la admonición de mantener secreta aquella curación, igual que lo hizo en otros casos. 
De seguro los discípulos comentaban entre sí sobre las curaciones y las parábolas de Jesús. De ahí la pregunta que les pone él en la lectura de hoy, «¿Quién dice la gente que soy yo?». De seguro que muchos pensaron la contestación, pero fue Pedro el que se adelantó para reconocerle y decirle, “Tú eres el Mesías”. 

Entonces Jesús le prohíbe, a él y a los discípulos, hablar sobre esto. La Biblia de Jerusalén pone una referencia a la nota al calce del versículo de Marcos 1,34 – de cómo Jesús impuso una consigna de silencio respecto a su identidad mesiánica que no sería revelada hasta después de su muerte. 
Lo que sigue a continuación es (la continuación) del hilvanar de los dichos y anécdotas de Jesús que circulaban entre los primeros cristianos de las primeras décadas después de la resurrección. Es lo que hace el evangelista en la composición de su documento, su evangelio.
No necesariamente Jesús siguió hablando y pasó al siguiente tema que nos presenta Marcos. Simplemente pone una frase de transición, “Y empezó a instruirlos”; para entonces pasar a los fragmentos de la tradición oral recibida. 
Pone la primera pieza del (rompecabezas): «El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días.»
Continúa con la anécdota: “Se lo explicaba con toda claridad. Entonces, Pedro se lo lle­vó aparte y se puso a increparlo. Jesús se volvió y, de cara a los discípulos, increpó a Pedro: «¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!»”
La lectura termina con otro dicho de Jesús: «El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mis­mo, que cargue con su cruz y me siga. Mirad, el que quiera sal­var su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio la salvará.»
De esta manera se enlazan las tres lecturas de hoy en el tema de una relación con Dios que tiene consecuencias.
Comentario breve
En el pasaje de la lectura de hoy se cuestiona la autenticidad del último “dicho de Jesús” o anécdota, cuando dice, “El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mis­mo, que cargue con su cruz y me siga.”.
Notar que los estudiosos no cuestionan la validez o el sentido cristiano de lo que dice Jesús aparte de si lo dijo de verdad o no. Cuestionar la historicidad del dicho, si lo dijo Jesús o no, es algo aparte de la intención de la tradición oral que llevó al evangelista a incluirlo en su evangelio. De ahí que hablemos del Cristo histórico y también, del Cristo de nuestra fe. 

Pero también hemos de ahondar en el sentido del Cristo de nuestra fe, en cuanto buscar lo que vieron los ojos de los primeros cristianos, su fe de judíos y de helenistas conversos. En ese contexto podemos hablar del Jesús histórico y de la fe históricamente perfilada según cada escenario socio-cultural. 
Esto a su vez puede contribuir a nuestra comprensión de lo que significa liberar nuestra fe de los condicionamientos occidentales. Así los pueblos de África, Asia, Oceanía, podrán concebir su fe en sus propios términos para una inculturación legítima.
A nosotros también nos toca llegar a la inculturación de nuestra fe en nuestros propios tiempos “posmodernos”. 
Paréntesis
A estos efectos podríamos hasta plantear que el cristianismo puede contrarrestar el proceso de “modernización” con el que se han homogeneizado tantos pueblos. 
La industrialización y la cibernética, junto a tantos otros elementos en el desarrollo de los pueblos, ha borrado y anulado tradiciones que son distintivas y que definen los diferentes pueblos. 
Un ejemplo de esto puede ser el vestido. La vestimenta es algo que nos distingue de los simios. En muchos pueblos alrededor del globo el vestido era simplemente la manera de pintarse el cuerpo, más algunos adornos que a nosotros nos parecen triviales, pero que tenían significado para ellos. Del resto, no había problema en andar desnudos. Los primeros misioneros los veían desnudos (sobre todo cuando veían madres lactando) pero ellos se veían vestidos. 
Notar mujeres jueces. Foto en Sierra Leona

El choque cultural que se dio ha producido el mundo de hoy, en que el uso de móviles va de suyo en toda África, por ejemplo, lo mismo que en el Amazonas. A comienzos de la década de 1970 el actor Telly Savalas (muy conocido entonces por una serie de televisión) fue de vacaciones a un safari africano. Él mismo contó que al llegar a una aldea los niños lo reconocieron y salieron a hacerle corro gritando “Kojak, Kojak” (su nombre en la serie).
 Así, en el mundo entero hay que estar a la moda de París, Londres, Nueva York. Si alguien es famoso en Mozambique, por así decir, no se le dará crédito hasta que no se le reconozca en “las grandes capitales”. Una de las características que provocaban risa en los provincianos de antes era que sólo entendían el mundo desde su estrecha mirada  de provincia. Hoy somos todos provincianos, en cuanto entendemos el mundo sólo desde la perspectiva del horizonte de una sociedad “post industrial”. 

En la teología tradicional, desde los Santos Padres del siglo cuarto después de Cristo, se habla de que la gracia sólo trabaja sobre la realidad; la gracia no obra milagros. Es como decir que “Salamanca non da lo que natura non presta”. La obra de la gracia, el trabajo de Dios, se monta sobre la naturaleza, sobre la realidad. 
Lo mismo podemos decir de la inculturación de la fe. 


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