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Domingo 32, Tiempo Ordinario, ciclo B



La primera lectura para este domingo está tomada del libro 1° de los Reyes 17,10-16. El profeta Elías huye de Israel (Reino del Norte) y llega a la ciudad de Sarepta, que estaba en territorio fenicio al pasar la frontera. Quizás implica que ya se sentía más seguro. Pero se encuentra que allí hay una gran sequía y probablemente una gran hambruna como las que vemos hoy día en otros lugares del Oriente Medio, por ejemplo, Etiopía.
Cuando hay escasez se da un sálvese el que pueda y los más fuertes agarran lo que hay y los más débiles quedan a la deriva. Peor sería para un extranjero transeúnte que no conocía, ni la gente, ni la región. En ese contexto el profeta se encuentra a una viuda allí, a las puertas de la ciudad. 
Pienso que los desesperados y los más pobres se sentarían a la puerta de la ciudad como hacen los pordioseros pidiendo limosna a las puertas de las iglesias (y en las esquinas y semáforos por donde hay mucho tráfico). No necesariamente hay que imaginarse la viuda como una vieja arrugada, encorvada. Bien pudo haber sido una mujer joven a quien se le murió el marido inesperadamente. 
Elías le pide ayuda. Acaba de llegar lleno de polvo del camino, sin haber comido hace tiempo. Entonces se dirige a la viuda y le pide agua. Pensaría que por costumbre los hombres no iban a buscar agua al pozo y eso era tarea de mujeres. Por eso Elías le pide que le busque agua. Cuando ella deja lo que estaba haciendo (buscando ramas y pedazos de ramas por los alrededores para hacer un fuego) y se dirige al pozo él le grita que de una vez le traiga un pan.
La viuda entonces le dice a Elías que, “Te juro por el Señor, tu Dios, que no tengo ni pan; me queda sólo un puñado de harina en el cántaro y un poco de aceite en la alcuza. Ya ves que estaba recogiendo un poco de leña. Voy a hacer un pan para mí y para mi hijo; nos lo come­remos y luego moriremos.”
 El pan a que ella se refiere quizás es el tipo de torta que todavía hoy día se hace sobre una piedra caliente en diversas culturas. El aceite de oliva quizás se usaba para suavizar la masa. 
Elías insiste: “Anda, prepáralo como has dicho, pero pri­mero hazme a mí un panecillo y tráemelo; para ti y para tu hijo lo harás después”. A cambio le promete que no le faltará harina, agua o aceite, mientras durara aquella sequía. Se lo promete en nombre del Señor, Dios de Israel. 
La viuda le cree y generosamente hace como le pide. Y resulta como dijo Elías, que pudieron alimentarse hasta que llegaron las lluvias. 
La viuda dio todo lo que tenía y se corrió el riesgo de que Elías fuese un charlatán.

El salmo responsorial canta los versículos del Salmo 145,7.8-9a.9bc-10. Alabamos a Dios con estos versículos, porque la lectura que acabamos de escuchar nos recuerda que Dios no se olvida de los que están oprimidos en medio de apuros sin fin. El Señor “mantiene su fidelidad perpetuamente, hace justicia a los oprimidos, da pan a los hambrientos. El Señor liberta a los cautivos.” Al final cantamos en la confianza de que el Señor siempre sostiene al huérfano y a la viuda y trastorna el camino de los malvados. Es lo que vemos en las lecturas de hoy. Por eso alabamos a Dios: el Señor “ama a los justos” y “reina eternamente”.

La segunda lectura continúa la Carta a los Hebreos 9,24-28. El pasaje de la segunda lectura de hoy reitera los temas que hemos escuchado en los domingos anteriores. El autor de la carta a los Hebreos insiste en el sacerdocio supremo y eterno de Cristo que le autoriza para interceder por nosotros ante Dios. Él se ofreció una sola vez y para siempre, de modo que no hay necesidad de más sacrificios para el perdón de nuestros pecados. En esta ocasión encontramos una evidencia de la fe de los primeros cristianos, nuestros hermanos de aquel entonces. Dice el autor en el pasaje de la segunda lectura de hoy, “De hecho, él se ha manifestado una sola vez, al final de la historia, para destruir el pecado con el sacrificio de sí mismo”. De la misma manera que nosotros morimos una sola vez, Cristo murió una sola vez, nos dice. Y termina: “Cristo se ha ofrecido una sola vez para quitar los pecados de todos. La segunda vez aparecerá, sin ninguna relación al pecado, a los que lo esperan, para salvarlos”. 
Los primeros cristianos de los tiempos en que los apóstoles predicaban creían que ya estaban en los últimos días de la historia de la humanidad. Esta historia que comenzó con la creación del mundo ahora terminaría con la conflagración final, la desaparición de este mundo que daría paso a una creación restaurada por Dios. El último acontecer de esta historia sería la aparición final de Cristo en su segunda llegada al mundo.
De esta manera la segunda lectura de hoy coincide con el final del año litúrgico que ya termina el último domingo de este mes de noviembre del 2018.

El evangelio de hoy continúa la lectura del evangelio de Marcos 12,28b-34. En esta tercera lectura de hoy hay dos pasajes que Marcos pone hilvanados uno con el otro. En el primer pasaje Jesús denuncia a los escribas, a quienes les encanta “pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencias en la plaza, buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y devoran los bienes de las viudas”. Esto hará contraste con la segunda escena, en que una viuda deposita todo lo que tiene en el depósito de las ofrendas en el templo. 
Representación moderna del óbolo de la viuda.
Es interesante que la descripción de Jesús de los escribas y su engreimiento con los ropajes y que les hagan reverencias y los puestos especiales en las asambleas coincide con la descripción del gusto que sienten algunos por las vestimentas clericales y litúrgicas, además de todo lo demás asociado al clericalismo. Y también coincide con la mentalidad de nuestros políticos, para los que el trato de “honorables” es como un oxígeno que necesitan. Ellos pueden hacer y deshacer; la ley se hizo para los infelices.
Las ofrendas en el templo
Moisés pidió contribuciones al pueblo para preparar la Tienda de los sacrificios donde también se pondría el Arca de la Alianza, como en el libro del Éxodo en los capítulos 25 y 35. Pero lo que fue un caso especial se convirtió luego en norma general y hasta el día de hoy se habla de la obligación de donar el diezmo a la iglesia. En realidad nunca fue una obligación, excepto en el sentido moral. 

Los dos reales de la viuda
Dos reales eran algo así como veinte centavos de dólar. Todavía recuerdo escuchar en mi familia la frase “seis reales”, refiriéndose a tres pesetas norteamericanas que son tres cuartos de dólar, setenta y cinco centavos. Al buscar en Wikipedia encuentro que un real valía doce centavos y medio (12.5) de dólar, por lo que en Estados Unidos en el siglo 19 llamaban “two bits” (dos reales) a las monedas de veinticinco centavos de dólar (nuestras “pesetas”). Es que al peso de plata español equivalía a ocho reales. En los Estados Unidos y desde época colonial esos pesos de plata circularon como moneda común (de seguro desde México y toda la frontera sur colindante con el imperio español) hasta 1857. Para entonces ya estaba disponible el oro de California y la plata de Colorado para acuñar monedas nacionales. 
En el caso de la viuda se trata de dos monedas de cobre, como los chavitos de hoy (aunque ya no se hacen de cobre), pero que entonces tenían mayor valor y que el traductor del pasaje de hoy pone como dos reales. 
Y en términos humanos tenían todavía más valor: era todo el tesoro de la viuda. Recordemos que las viudas quedaban desamparadas a la muerte del marido y tenían que buscárselas de alguna manera. Pasa lo mismo hoy día, pero en nuestra época es más fácil para una mujer encontrar trabajo. 
Las riquezas
En lo que sigue derivo ideas de la lectura de Gerhard Lohfink, Jesus of Nazareth. What He Wanted, Who He Was (hay versión en castellano en formato eBook en Casa del libro). Son puntos que me vienen a la mente a partir de esa lectura.
Unos domingos atrás vimos el pasaje del joven rico en Marcos 10,21-22. El joven pregunta qué debe hacer para alcanzar la vida eterna. Jesús le dice que cumpla los mandamientos de la Ley y además, venda todo lo que tiene y se lo reparta a los pobres. De lo contrario, no podría entrar en el reino de los cielos. 
Curiosamente, esto no fue lo que le dijo al escriba el domingo pasado. Al escriba le dijo que además de cumplir con la Ley, habría que amar al prójimo como condición para acceder al reino de los cielos. Allí Jesús no mencionó la necesidad de venderlo todo antes de seguirlo.
Podemos pensar entonces que cuando Jesús le habló al joven rico no estaba refiriéndose a las riquezas como tal, sino a los impedimentos para entrar al reino de los cielos. Por eso, dichosos los pobres porque de ellos es ya el reino de los cielos. 
Lohfink propone que Jesús está diciendo que la perfección cristiana a la que todos estamos llamados consiste en el desprendimiento total. Para algunos ese desprendimiento puede implicar la separación de las posesiones y la riqueza, mientras que para otros puede ser otra cosa. No es la riqueza como tal el punto, sino el desprendimiento y la entrega total a Jesús. Es lo que representa la viuda y su donativo.

El amor al prójimo
Lohfink ve una conexión entre la viuda y el joven rico, no sólo por el desprendimiento respecto al dinero. Es que también hay una conexión al escriba y a la Chema: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón…con todo tu ser”. Dios exige entrega total y eso es lo que el joven rico no estuvo dispuesto a hacer, que contrasta con el desprendimiento de la viuda.
Aquí encontramos una de esas sutilezas que luego traen consecuencias. La interpretación de esa entrega total a Dios ha llevado a una religión dividida en castas sociales. Están los cristianos y discípulos de primera clase, los “numerarios”, y los de segunda clase, los “supernumerarios”. Y también están los de tercera clase, los buenos católicos. Y los de cuarta clase, los que pisan la iglesia de vez en cuando. 
Y los de primera se consideran mejores, son vistos como mejores. Es como el celibato del cura, que lo hace ser de primera clase, grado superior. Un cristiano bautizado no puede enfrentarse al demonio y exorcizar; tiene que ser un sacerdote autorizado. Pero en los evangelios no es así, cuando Jesús no tiene problemas con los que no son de su grupo y que echan los demonios en su nombre.
Una de las razones por lo que otras iglesias cristianas han tenido éxito entre los hispanos es el hecho que no se necesita tanto para convertirse en un predicador. Entiéndase esto en sentido sociológico. La mentalidad protestante es más afín con la mentalidad democrática. Es lo que se dio en la historia de Inglaterra, cuando los puritanos de Cromwell hasta le cortaron la cabeza al rey por decreto del Parlamento. Ya entre el pueblo había todo tipo de predicadores (algunos serios, otros charlatanes, y otros locos de amarrar) que reclamaban su derecho a hablar por inspiración del Espíritu Santo. El mismo Cromwell tuvo que poner orden. 
Bautismo en el mar
Volvamos ahora al pasaje del domingo pasado, a la contestación de Jesús al escriba (Marcos 12,33): el amor al prójimo vale más que todos los sacrificios y holocaustos. El desprendimiento necesario para entrar al reino de los cielos está necesariamente asociado, expresado, en el amor al prójimo. En esa perspectiva el dinero puede ser un obstáculo, un impedimento, pero sólo para algunos, sólo para los que anteponen el dinero al prójimo. Es lo que señala Lohfink, que ser célibe, o vender todas las posesiones no es un requisito universal para ser un buen cristiano.
Entonces, el problema para un cristiano no es manejar dinero, ni estar activo en el mundo de los negocios. El problema surgirá cuando el objetivo de tener se interponga con “amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Esto aplica a todos los cristianos por igual. Ese es el camino de la perfección cristiana: el amor al prójimo. 
En los monasterios medievales los abades tenían alojamiento aparte y distinto del común de los otros monjes. Mientras los monjes ayunaban en cuaresma, por ejemplo, el abad comía venado, cosas así. En nuestros tiempos se sabe que un grupo religioso obtuvo una dispensa para celebrar el día del cumpleaños de su fundador, que ese año coincidió con el Viernes Santo. En una de sus novelas George Orwell pone en boca de uno de sus personajes, “Algunos animales somos más iguales que otros”. 
Es que los ideales chocan con la realidad; es como lo de “El amor y el interés se fueron una vez al campo…”. Cuando hay intereses fuertes, hambre por ejemplo, se necesita carácter para conservar los ideales. La realidad es como la amenaza del martirio. Lo natural es tener miedo y por eso la mayoría cede. Así es como  una comienza luchando por la libertad y termina organizando una policía secreta. Así es como las comunidades cristianas terminaron en la iglesia de los jerarcas y clérigos y frailes…y en el caso de los protestantes, en pastores que se aprovechan de la ingenuidad de las viudas. 

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