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Domingo 31 Tiempo Ordinario Ciclo C



En la lectura continua del evangelio de Lucas, este domingo leemos y escuchamos la narración de Zaqueo el publicano. 
Se trata de «un hombre muy rico…que era jefe de los publicanos».
Como el domingo pasado, podemos evocar su persona en términos de nuestros días. Esto es como decir que era un hombre rico y poderoso, «el jefe de los bichotes». 
En Puerto Rico ha aparecido este anglicismo, de «big shot» (peje gordo, persona muy importante). Se utiliza para referirse a los «dueños» de un territorio de tráfico de drogas. En tiempos de España les llamarían «caciques», no sé. 
Hablar de un jefe de bichotes evoca la figura del hijo del Chapo Guzmán a quien las autoridades no pudieron arrestar esta semana. La artillería y poder del cartel de Sinaloa doblegó a los federales del ejército mexicano. Aun si se pensase que esa debilidad y desorganización de los federales resultó de la infiltración de los narcos en el mismo gobierno, ello sólo confirma el poder de los narcos.
Pero al menos los bichotes pueden resultarle simpáticos a los que ellos benefician en su territorio. Para los efectos pueden ser señores feudales y repartir favores a los que están en su territorio, a la manera de los políticos buscando votos. No así los publicanos. 
Los publicanos entraban en contubernio con los romanos y con «los de arriba». Se agenciaban el puesto de publicano, que consistía en encargarse de recoger dinero –los impuestos– para los amos «de arriba». Eran como los que hoy día compran las cuentas incobrables a cambio de quedarse con una tajada del dinero. Van y cobran a manera de extorsión al que no quería pagar y entonces, eso, se quedan con una buena porción de lo cobrado. El prestamista que iba a tener que declarar pérdida por lo menos recupera parte de su dinero, mientras el cobrador sale también beneficiado.
Los publicanos no podían tenerle pena a la gente. Vas a cobrarle y te dicen, «No tengo»; cuando en realidad tienen y de sobra. Claro, siempre estará quien de veras no tiene. Qué vas a hacer. Tienes que obligar a todos a pagar, sin distinción de personas. De ahí la imagen de crueldad que tenían los publicanos. No les importaba nada, no temían a Dios, ni a los demás. 
Pienso que esa crueldad, eso no es natural. Tenían que ser crueles, como lo narcotraficantes de nuestros días, porque eso es algo que imponen las reglas de juego. Pienso que es lo mismo que sucede con cualquiera que se pone a jugar con los mafiosos. Uno comienza jugando y enseguida, ya no puede dar marcha atrás. 
Es lo que también podríamos decir de tanto corrupto que continuamente descubrimos en estos días en Puerto Rico y en nuestra América hispana. 
¿Quién se mete a la vida de «bichote», a vivir a expensas de las necesidades de los demás? 
Pensaría que es algo que deriva de los errores de juventud. El niño que se pone a jugar con fósforos, no sabe que se va a quemar. Como a veces juega con fósforos y nada pasa, eso le anima a seguir jugando. Uno comienza jugando canicas y después se gradúa a jugar a los dados. Lo próximo son las apuestas de dados y a eso le siguen las apuestas de gallos. 
Es como caminar al borde del precipicio. Uno puede hacerlo; no necesariamente se va a caer. Así, nuestro personaje imaginario sigue por esa ruta y termina dueño de un casino. No tiene que pensar en el daño que le puede causar a otros. Tampoco anda enterado de su propio riesgo. Cuando uno es joven, uno no entiende a cabalidad en lo que uno anda metido.
Quién sabe eso fue lo que le sucedió a Franco, también. Cuando abrió los ojos, ya no podía ser otra cosa que un dictador fascista y hacerse un monumento pensando que así se olvidarían del Escorial, quién sabe. 
Cuando uno es joven, uno no sabe tan siquiera que tiene que hacer algo con su vida. En un momento dado tiene que salir a buscárselas para poder comer, vestir. Podemos decir que en ese momento es como aquel otro del evangelio que al ser descubierto en sus trampas se dijo que no servía para cavar, ni para mendigar o cosas así. Y por eso procedió con más astucia a salir del aprieto. 
Podemos pensar eso mismo de Zaqueo. Fue alguien que echó a caminar por un camino porque le pareció que podía salir bien como una manera de buscárselas en la vida. Y una vez que echas a caminar por ese camino, no hay marcha atrás. El mismo camino te obliga a seguir caminando por ahí, a pesar de lo que te gustaría hacer. 
Quizás por eso la vida da trabajo. Te ves obligado a escoger un camino y después que lo escoges, tienes que seguir por ahí aunque ya no creas en lo que estás haciendo. 
No es probable que eso le sucediera al común de los publicanos. Tampoco al común de los bichotes en nuestros días. Hay dos razones, pienso. 
Una es el dinero y el poder que va junto a su status social, además de que se le sobran las mujeres. El dinero y el poder son un potente afrodisíaco para las mujeres, por lo que se ha visto en la historia. 
Recordar esto al leer o escuchar que la gente murmuraba (criticaba a sus espaldas) a Jesús porque se sentaba a la mesa con los publicanos. Un buen judío jamás hubiera hecho eso. Tener contacto con publicanos conllevaba ser impuro. Era algo así como sentarse en el lodazal con los cerdos. Cuando Jesús se sentó a la mesa con los publicanos fue como ir a sentarse con los bichotes –tipo película de Hollywood– en la penumbra de un bar con las chicas semi desnudas circulando por allí.
Otra razón para que un publicano/bichote no llegue a pensar sobre su propia vida podría ser el placer de la vida en turbo, del vivir en situación constante de peligro. También en época de Jesús fue así, aunque de otra manera. Zaqueo y los publicanos (los recogedores de impuestos que abusaban de la gente) no temían tanto por su vida. Temían más a los caprichos de los romanos y a la competencia entre ellos mismos. En cualquier momento se les podía terminar la fiesta por cualquier capricho.
Con todo, fue posible para algunos cambiar de vida, como en el caso de Zaqueo. 
Hay una diferencia, probablemente habrán otras, entre el publicano de la época de Jesús y el bichote de nuestros días. Hoy día nadie se atreve a mostrar desprecio hacia un reconocido traficante. Entre los judíos pareciera que eso sí era posible. Nótese que Zaqueo, siendo bajito, tuvo que subirse a un árbol. No se menciona que la gente se asustara al verlo, o que su simple presencia provocara que salieran los alcahuetes a darle la mano. No es que se echaron a un lado para que él pudiera ponerse al frente, en primera fila, sin necesidad de buscar un árbol para treparse. 
No es que Zaqueo necesariamente quiso cambiar de vida, como una culebra que muda la piel. Es que la situación iba a cambiar en cualquier momento. Había que prepararse. Quizás fue como en esas películas de nazis en que los generales alemanes ya saben que todo está perdido y hay que cambiar para estar preparado para lo que viene. Es como saber que en cualquier momento llega el desastre y en ese momento de nada sirven las monedas de oro, ni la protección de los romanos. 
De ahí la necesidad de escuchar a Jesús para confirmar esto de que el Reino de Dios está con nosotros. Una vez confirmado, al diablo con los romanos y todo lo demás. De qué sirve todo eso que antes tenía sentido, en la vida anterior. Zaqueo reparte todo su dinero para que cuando el Hijo del Hombre llegue y restaure el reino de Israel, él esté preparado.

El lector también puede ver mis apuntes del 2016 para este domingo, pinchando aquí


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