La primera lectura de hoy (2 Crónicas 36,14-16.19-23) nos presenta al pueblo de Israel y Judá, que no fueron fieles a Dios y cometieron todo tipo de maldades y pecados. Aun cuando Dios envió profetas ellos se burlaron de los profetas y hasta los persiguieron. Por eso Dios encolerizado los abandonó para que fueran víctimas de los asirios y los babilonios, que los expulsaron de su territorio. Entonces Dios decidió traerlos de nuevo y restaurarlos como pueblo a través de Ciro, emperador de Persia, que autorizó la vuelta del destierro y la reconstrucción del templo.
El salmo responsorial (136/137) evoca el sufrimiento del pueblo castigado en el exilio, en los tiempos del destierro en Babilonia.
En la segunda lectura san Pablo (Efesios 2,4-10) resume también el mensaje de la salvación. Dios por pura decisión propia y no porque lo hayamos obligado con nuestras buenas obras (si Dios se viera obligado entonces no sería realmente libre y por tanto, no sería Dios) decidió no juzgarnos y ofrecernos el camino a la salvación en la persona de Jesús. Las buenas obras no son la condición previa a la salvación, sino que son la consecuencia de la fe. "Muéstrame tus obras para conocer tu fe," podría decir Dios. "Dios nos ha creado en Cristo Jesús para que nos dediquemos a las buenas obras," dice san Pablo.
Todos los que se encontraron con Jesús --como dice Kierkegaard-- pasaron por la misma experiencia que nosotros. Lo que parece ser un humano como cualquiera de nosotros se presenta como Palabra de Dios y nos invita a seguirle en el amor al prójimo que pasa por la cruz. Ese es el motivo de nuestra alegría. Hay vida más allá de la cruz que no queremos, pero que es necesaria.
Preparé una presentación en YouTube que resume también unas reflexiones sobre las lecturas de este día. Invito a verla oprimiendo aquí.
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