Unos griegos piden ver a Jesús |
En el evangelio de hoy unos "griegos" (probablemente unos "helenistas", o judíos helenizados de la Diáspora) piden ver a Jesús. Pero entonces Jesús no se dirige a ellos, sino que dice, "Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser glorificado". Quién sabe (conjeturamos que) su espíritu está conturbado ante su inminente pasión y muerte. Más adelante dice, "Padre, glorifica tu nombre". Entonces se oyó una voz del cielo, nos dice el evangelio, "Ya lo he glorificado y lo volveré a glorificar". La multitud que estaba presente y oyó estas palabras, pensaba que era un trueno. Otros decían: "Le ha hablado un ángel".
Podemos pensar que Jesús en cuanto humano tenía que sentir angustia y miedo ante lo que sabía que se le venía encima a causa de la hostilidad de sus enemigos, lo que lo llevaría al sufrimiento y la muerte. ¿Cómo se vería esto? ¿No se vería como un fracaso? ¿Se vería como un desacreditar de toda su obra hasta ese momento? El Jesús humano debió preguntarse cómo compaginar eso con toda su misión.
Decir, "Llega la hora en que el Hijo del hombre será glorificado", es como un anunciar que va a suceder algo que no debe tomarse como un fracaso, sino como un triunfo. Para confirmar que eso es así, entonces invoca al Padre.
Quizás entonces su invocación al Padre, de glorificar su nombre, pudo haber sido --recordar que esto es una reflexión a modo de una oración/meditación sobre el tema-- como un grito de extrema angustia. Pudo haber sido un exabrupto parecido al de la cruz más tarde, "Padre mío, porqué me has abandonado".
Pero entonces se escucha la voz del cielo, "Ya lo he glorificado y lo volveré a glorificar"; como decir, "Tranquilo, esto (que te harán víctima) es parte (del plan) de la revelación divina para gloria del Padre".
Exploremos cómo esto revela el plan de Dios y el amor de Dios por este mundo.
Para comenzar, digamos que Dios hizo el mundo como es y no nos toca juzgar, sino entender o, en todo caso, conjeturar.
A consecuencia de la libertad humana y de las pasiones y temores naturales y la confusión en que vivimos en el interactuar con los demás en esta vida vivimos de esta manera tan escabrosa, en medio de la incomprensión, junto a la toma de decisiones en medio de recelos, envidias, junto al ingrediente de tanto elemento inesperado. Dios puso en nuestros corazones la inclinación a ser decentes (lo que anuncia el profeta Jeremías en la Primera lectura) pero que luego las circunstancias se nos imponen a pesar de las mejores intenciones, en medio de la confusión, en medio de la cacofonía de reclamos de los intereses de cada uno, así. Los que condenaron a Jesús no lo hicieron por auténtica maldad. La condena de Jesús se dio más bien por la debilidad humana.
Quién mejor que Dios para saber de la condición humana. Ahí apreciamos su decisión de encarnarse en Jesús como lo leímos el domingo pasado (Juan 3,14-18). Tanto amó Dios al mundo, tanto valor positivo le dio Dios al mundo, que quiso él también disfrutarlo con todas sus limitaciones y enredos.
Cuando Dios se encarnó para los efectos expresó su amor por la creación que él mismo creó, por la vida humana, tal como la forjó. La forjó con elementos inevitables como el sufrimiento y los engaños y la hostilidad entre humanos y la mala suerte, como la mala suerte que aquejó a Job. Dios quiso hacerse humano y con eso reconoció que su creación es buena, incluyendo la incertidumbre del destino de cada uno.
En otros tiempos los cristianos pensaron --influenciados por los maniqueos, por ejemplo-- que la imperfección y los enredos de este mundo no vienen de Dios, sino del diablo, como si pudiera haber una fuerza capaz de oponerse a Dios que obligara a Dios a decidir a pesar de sí mismo y Dios se viese obligado a engañar al diablo haciéndose víctima del diablo para entonces sorprenderlo desde la cruz con la resurrección. Entre Dios y el diablo habría habido un juego infantil de hacerse trucos uno al otro para ver quién puede más. Como si Dios se hubiese visto en la necesidad de sacrificar a su propio hijo con tal de lograr su propósito.
Pero Dios es totalmente soberano y decide sin estar obligado por nada. No es que él tenía un plan y entonces el diablo le dañó los muñequitos en el Paraíso cuando tentó a Adán y Eva. Si hubiese una potencia maligna que pudiese frustrar las intenciones de Dios, entonces Dios no sería Dios. (Aparte de eso, sabemos que el relato bíblico del Génesis no resiste un análisis literario o histórico.)
Tiene sentido pensar que desde toda la eternidad Dios determinó la creación del mundo. Esa creación es como es porque Dios la vio como buena. En el plan de Dios está la libertad humana junto a nuestra aspiración al bien y nuestro enterarnos de lo que hay y lo que podría haber, lo que nos lleva a ver la diferencia entre el bien y el mal.
Se dice (un mito) de que un ángel se rebeló porque quería tener la misma libertad que los humanos. Al rebelarse, se apropió de esa libertad para alejarse de Dios. Pero igual que el hijo pródigo, de seguro también desea volver al Padre. Ese es el mensaje de Jesús: hasta el diablo puede volver al Padre…si lo decide desde su propia libertad. Dios ama a los malos, incluyendo al mismo diablo.
Aun desde la cruz Jesús perdonó a los que lo habían victimizado. Esa es la alegría de la cruz y del testimonio de Jesús: hasta el diablo, como el Buen ladrón, puede volver al Padre, puede volverse hacia la luz, porque el Padre no quiere el mal para nadie.
San Agustín, debatiéndose con este tema, propuso que el mal no existe, excepto como ausencia del bien. Dios determinó que la creación tuviese elementos de luces y sombras, de presencias y ausencias en diversas medidas. El pecado es alejarse de la luz (el bien) y mientras más nos alejamos, más estaremos en la oscuridad. La conversión es iniciar el viaje de vuelta hacia la luz a la manera como lo hizo el hijo pródigo. Como la mezcla de luz y sombra en la creación es parte del plan de Dios, por eso Dios es un padre que nos comprende.
En ese contexto sigue siendo válido decir que Jesús «murió por nuestros pecados», a causa de nuestros pecados, tanto en sentido inmediato (a causa de las envidias, recelos, escándalos de los fariseos y escribas, etc.), como en sentido más amplio (para que pudiéramos ser capaces de volvernos hacia el Padre). Así visualizamos la bondad de esta vida con sus luces y sombras, que incluye el pecado, mientras él nos muestra el camino para navegar los escollos naturales de nuestro estar en el mundo, de nuestro vivir. Con Jesús descubrimos la belleza de la vida tal y como es.
En ese sentido podemos entender cuando el Padre dice, "Ya lo he glorificado"; es decir, que la pasión y muerte de Jesús revela que ese mismo es el plan del Padre, que tengamos que debatirnos entre tantas contrariedades y que a la postre podemos encontrar el camino como lo muestra Jesús. Podemos adherirnos a nuestras más íntimas inclinaciones que son las de ser decentes en el amor al prójimo y el amor a la verdad, a lo bueno y a lo bello y así "nadar" en medio de nuestra actividad en este mundo como Jesús nos enseñó a hacerlo. Aun si esto lleva a ser crucificados, Jesús nos enseñó que eso no tiene que ser negativo. En lo negativo reconocemos lo que nos lleva al Padre. En ese fracaso se muestra el valor positivo de toda la creación y la manera que nos toca vivir en el seguimiento de Jesús.
Invito a ver otros apuntes sobre este domingo, del año 2021 (oprimir).
También invito a ver una presentación en YouTube sobre este domingo.
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