En el evangelio de hoy Jesús invita a ser íntegros
En la primera lectura (Números 11,25-29) el espíritu del Señor desciende sobre los setenta ancianos designados por Moisés como jueces de Israel. Dos de los ancianos no estaban con el grupo en la Tienda del Encuentro, pero también fueron poseídos del espíritu de Dios y comenzaron a profetizar estando fuera de la Tienda del Encuentro. Se lo dicen a Moisés como algo a prohibirse, que profeticen fuera de la Tienda del Encuentro, y Moisés dice, «¡Ojalá todo el pueblo del Señor recibiera el espíritu del Señor y profetizara!».
En la segunda lectura continúa la carta del apóstol Santiago que vamos leyendo estos domingos. Santiago denuncia a los ricos, pero no por ser ricos. No es la riqueza lo que es malo. Es la actitud de los que viven engañados por sus riquezas, esclavizados a sus riquezas.
--El dinero es un medio al servicio de la vida, y no es que la vida hay que esclavizarla al dinero. El dinero debe estar al servicio del vivir en el temor del Señor: ese es el presupuesto de Santiago.
--El apóstol denuncia cómo la esclavitud del dinero lleva a las personas a cometer todo tipo de injusticias contra los pobres.
--El apóstol demuestra su indignación ante los que viven obsesionados por su vida de lujo y riqueza y les anuncia que todo eso es vanidad y que el Día del Señor (para los efectos el día de su muerte) su riqueza misma y todas las injusticias que cometieron para tenerla y conservar sus lujos los condenará.
En el evangelio de hoy vienen a decirle a Jesús que hay unos que expulsan demonios en su nombre, de la misma manera que en la primera lectura vinieron a decirle a Moisés que unos ancianos estaban profetizando fuera de la Tienda del Encuentro. Pero Jesús les dice, «quien hace un milagro en mi nombre no puede luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros está a favor nuestro».
--Si uno invoca al Señor Jesús, es Jesús el que expulsa a los demonios. Jesús se hace presente al invocarlo, como en nuestras asambleas eucarísticas, en las que Jesús está presente por el mero hecho de reunirnos en su nombre. Es lo que también podemos decir de nuestros hermanos separados.
En el evangelio Jesús añade a continuación algo que es tajante: si por alguna razón hay algo que te impide ser fiel a Dios tienes que cortar con eso de manera radical. Dice que, «si tu pie te induce a pecar, córtatelo: más te vale entrar cojo en la vida, que ser echado con los dos pies a la ‘gehenna’. Y, si tu ojo te induce a pecar, sácatelo: más te vale entrar tuerto en el reino de Dios».
--En la historia de la salvación Dios salió a nuestro encuentro para salvarnos y nos invitó a seguirle, siguiendo a Jesús. No merecemos la salvación, pero Dios en Jesús nos la ofrece de gratis. Pero eso no significa que podemos hacer lo que nos parezca, que ya Dios perdonará. Dios ofrece el perdón, sí, pero espera una conversión en nuestra conducta. Dios pone de su parte en su amor incondicional, pero también nosotros debemos corresponder al amor de Dios mediante nuestra conversión de vida. Si esa conversión de vida implica cortarnos la mano, que para bien sea.
--Claro, también pensamos que las palabras del evangelio (la referencia a arrancarse el ojo y cortarse la mano) son como las parábolas. Se trata de imágenes ilustrativas. Pero para algunas personas esto puede ser literalmente cierto, como en el caso de los mártires que ofrecieron su vida por la fe.
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Un último apunte. Vimos en la primera lectura a los que fueron poseídos del Espíritu fuera del campamento y en el evangelio vemos a los que expulsan demonios a nombre de Jesús sin ser parte del grupo reconocido de los seguidores de Jesús. Algo así podemos decir de la multiplicidad de iglesias cristianas. Todas comparten —compartimos— la fe común en Jesús, el Jesús de los evangelios. Reconozcamos la fe que nos une por encima de los detalles de nuestras diferencias.
Invito a ver mis apuntes (un tanto extensos) para este domingo, preparados en el 2018 (oprimir sobre el año).
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