En el evangelio de hoy Pedro reconoce a Jesús como el Mesías y Jesús anuncia su pasión.
El evangelio de hoy continúa la lectura del evangelio de Marcos. Todos quedan maravillados de los signos de Jesús, como la curación del sordomudo del domingo pasado.
Todos ven que Jesús es un ser especial pero sólo Pedro reconoce su divinidad. «Tú eres el Mesías,» le dice. Jesús es el Ungido, el Enviado, el Hijo del hombre anunciado por los profetas, que había de llegar al fin de los tiempos.
Jesús le dice a sus discípulos que mantengan esto en secreto, que no hablen de su identidad a los que se acercan para escuchar su predicación.
Entonces, como para subrayar la necesidad de fe en él y su mensaje, a continuación Jesús les anuncia que será humillado y que padecerá mucho a manos de los sumos sacerdotes y de los líderes del pueblo. «El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser reprobado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días,» les dice.
Esto ahora no lo entendió Pedro y por eso Jesús reafirma lo dicho, dirigiéndose al grupo: para llegar al reino de los cielos hay que primero padecer. «El que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará,» dice.
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Notar que Jesús no dice que hay que darse azotes y hacerse sufrir a uno mismo para expiar los pecados. Lo de darse azotes por penitencia, es algo que raya en el masoquismo, o en un morbo de personas con problemas emocionales. Jesús no habla de la necesidad de expiar pecados. Habla de que el Padre ofrece el perdón de gratis, como en la parábola del hijo pródigo.
Eso es también lo que predicó el Bautista: no la penitencia de castigarse uno mismo (¿a cuenta de qué, si Jesús anuncia que el Padre nos ama y nos perdona?) sino la penitencia de cambiar de vida, que en sí no es cosa fácil. Y en cuanto uno cambia de vida y piensa más en el prójimo que uno mismo, las dificultades llegan por sí mismas, sin que uno las tenga que salir a buscar.
Cuando Jesús dice aquí que hay que padecer lo dice en términos de algo que sobreviene a pesar de uno mismo. Es algo que tiene que suceder sin que uno lo quiera, o lo busque. Si uno se mete a redentor, termina crucificado, como dice el refrán. No es que uno quiera que lo crucifiquen.
Uno predica el amor y la autenticidad humana y denuncia el fariseísmo —como el fariseísmo de más de un reverendo en todas las iglesias— o la corrupción, o lo que no está bien. Inevitablemente uno provoca reacción y ya, cuando vienes a ver estás con Jesús en la cruz.
Pero cuando uno lucha por una meta que vale la pena, entonces los sufrimientos son medios para alcanzar la meta y entonces hay un goce global en la carrera por alcanzar la meta. Y sabemos que con Jesús llegaremos a la vida eterna.
Invito a ver mis apuntes sobre este domingo, de años anteriores: mis apuntes del año 2021, también mis apuntes del año 2018 (pinchar).
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