En el domingo dentro de la octava de Navidad celebramos la Fiesta de la Sagrada Familia.
La fiesta de la Sagrada Familia se instituyó con fecha relativamente reciente. En el arte no hay representaciones de este tema hasta los tiempos modernos, del siglo 16 para acá. Fue en el siglo 19 con la corriente del romanticismo que realmente despegó esta devoción.
Notar que san José no aparece en las representaciones artísticas hasta tiempos del Renacimiento. El foco de la atención siempre fue la Virgen y el Niño y el hecho de que Jesús hubiese pertenecido a una familia fue algo en que no se pensó, porque el objeto de la atención era mayormente devocional. Para la devoción lo importante era María, Madre de Dios, que nos muestra a Jesús, Hijo de Dios.
Ese enmarcar de los temas devocionales en la ortodoxia (las verdades de la fe) se nota en la representación de la Sagrada Familia por Murillo que encabeza estos apuntes. Notar las dos trinidades, la del cielo (Padre, Hijo, Espíritu Santo) y la de la tierra (san José, la Virgen, el Niño). La realidad trinitaria del cielo coincide con la de la tierra en la persona del Hijo, del Niño Jesús. Es Jesús quien une y enlaza el mundo del más acá con el mundo del más allá.
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Pero esa no es la Sagrada Familia que nos llega. La que nos llega es la del interés romántico en la vida oculta de Jesús, del siglo 19. Hasta que no llegó su hora, Jesús vivió una vida cotidiana, ordinaria, junto a sus padres en Nazaret y de esos años no tenemos información. Con todo, podemos ver ahí también un modelo para nuestra fe al reflexionar sobre la fe de la Virgen en esos años de cotidianidad. También podemos reflexionar sobre la fe de san José mientras se criaba el niño hasta llegar a ser un adulto. Igual, podemos pensar en sus abuelos, san Joaquín y santa Ana.
No hay que pensar que fue una familia ideal, porque ningún humano es un humano ideal. Jesús en cuanto humano también tuvo que manejarse con sus limitaciones. Pero Dios estaba allí, con aquella familia y lo mismo con toda familia y todo el que vive en el respeto de Dios. "El ángel del Señor acampa alrededor de los que le respetan" (salmo 34,7). Podríamos también decir, "…alrededor de los que le aman".
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En el evangelio de hoy leemos el episodio del Niño perdido y hallado en el templo. Nos dice que cuando Jesús volvió a Nazaret con sus padres, se mantuvo sumiso y sujeto a ellos (hasta que llegó a su mayoría de edad, claro).
En más de un grupo religioso se subraya esa sumisión de Jesús para persuadir a sus miembros a mantenerse sometidos a la voluntad de sus superiores. Esto es algo muy peligroso, sobre todo en esos grupos en que sabemos que han llegado a funcionar como sectas de fanáticos que secuestran a sus afiliados como en el caso del Opus Dei, los Legionarios de Cristo y el Sodalicio, por mencionar algunos. Sabe Dios cuántos más pueden haber. Es lo que pudiese haber sucedido con el caso de las clarisas de Belorado, ahora sometidas a la autoridad de un falso obispo (ver por ejemplo la noticia de una de las monjas que logró escapar del grupo).
Si Jesús se hubiera mantenido sumiso a sus padres como un infante toda su vida, nunca hubiera salido a predicar el evangelio. Una cosa es ser obediente y fiel a la voluntad del Padre y otra, obedecer ciegamente a un superior religioso. En tiempos de Jesús se podía argumentar que el Sanedrín y los sacerdotes del templo representaban la voluntad de Dios, lo que no era cierto. Lo mismo puede decirse en tiempos posteriores de los superiores eclesiásticos. La voluntad del superior puede o no coincidir con la voluntad de Dios y eso requiere discernimiento, poder distinguir entre los caprichos y hasta la locura del superior y lo que es congruente con nuestra fe de cristianos.
Invito a ver mis apuntes del año 2018 (oprimir) con motivo de esta fecha, un tanto extensos.
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