Podemos meditar sobre una diversidad de textos que se leen en las misas de Navidad.
«El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaba en tierra y sombras de muerte, y una luz les brilló.» (Isaías 9,1)
«Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que proclama la paz, que anuncia la buena noticia, que pregona la justicia, que dice a Sion: «¡Tu Dios reina!». (Isaías 52,7)
«Decid a la hija de Sion: Mira a tu salvador, que llega, el premio de su victoria lo acompaña, la recompensa lo precede». (Isaías 62, 11)
«Se ha manifestado la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres.» (Tito 2,11)
«Cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador y su amor al hombre, no por las obras de justicia que hubiéramos hecho nosotros, sino, según su propia misericordia, nos salvó por el baño del nuevo nacimiento y de la renovación del Espíritu Santo.» (Tito 3,4-5)
«En muchas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a los padres por los profetas. En esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo, y por medio del cual ha realizado los siglos. Él es reflejo de su gloria, impronta de su ser. (Hebreos 1,1-3)
«En aquella misma región había unos pastores que pasaban la noche al aire libre, velando por turno su rebaño. De repente un ángel del Señor se les presentó; la gloria del Señor los envolvió de claridad, y se llenaron de gran temor. El ángel les dijo: «No temáis, os anuncio una buena noticia que será de gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor. Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre». De pronto, en torno al ángel, apareció una legión del ejército celestial, que alababa a Dios diciendo: «Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad». (Lucas 2,8-14)
«María, por su parte, conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. Y se volvieron los pastores dando gloria y alabanza a Dios por todo lo que habían oído y visto, conforme a lo que se les había dicho.» (Lucas 2,19-20)
«Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia. Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad nos han llegado por medio de Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios unigénito, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.» (Juan 1,16-18)
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Con nuestro corazón y nuestra mente nos sentimos orientados hacia lo que hay más allá de lo que vemos. Nos preguntamos sobre la totalidad de lo que hay, de cómo se explica todo esto que vemos y este mundo en que estamos, y de cómo cuadra esto dentro del conjunto del universo. Todo lo que vemos, lo que sentimos, lo vemos y lo sentimos y se nos presenta como un fragmento de un todo que nunca alcanzamos a ver. Entonces, nos imaginamos la totalidad, pero no estamos seguros de lo que imaginamos. Por eso nos toca más bien renunciar a entender y a contemplar el misterio de Dios en el misterio de Jesús.
Podemos pensar que la creación no es algo que sucedió y quedó consumado al sexto día del Génesis, sino que es una acción de Dios que continúa. El eje central de la historia no es el pecado de Adán, ni nuestro pecado, ni el dominio de Satanás sobre este mundo. El eje central de la historia es Jesús como la Palabra del Padre que le da sentido a todo lo que hay “fuera” de Dios, “creado” por Dios y santificado por el Espíritu. Con eso en mente podemos contemplar a Jesús Niño, Dios humanado, hijo de María, que nos trae la alegría de ser amados por Dios, así como somos y como estamos.
El verdadero Dios es el de la revelación que es la palabra del Padre y que conocemos gracias a Jesús. Dios ha sentido tanto entusiasmo por su creación y por el mundo, que se hizo humano para pasar por la experiencia de ser y vivir como criatura. Ahí vemos el valor divino de lo humano, como dijo un autor del siglo 20 (así tituló su obra). Dios sigue viviendo como criatura en la persona de Jesús resucitado, ahora mismo. Jesús nos llama a compartir con él en la felicidad eterna de su gloria.
En Jesús Dios nos dejó saber que él no es Dios de venganzas, ni de castigos, sino de comprensión y de perdón y de invitación a la conversión de vida.
Esta es la alegría de la Navidad, recordar que Dios nos ama y sólo pide la actitud de fidelidad a él, de solidaridad con él para llevarnos al Reino. Baste amar a los demás como él nos ama y como él ama a todos con sus faltas y pecados; basta amar al prójimo, a los migrantes, a los pobres y necesitados, a los hambrientos y sedientos, a los enfermos, a los encarcelados, y a los marginados. Bienaventurados los pobres, los perseguidos, los sencillos de corazón, porque de ellos es el Reino.
«No temas, pequeño rebaño, porque a vuestro Padre le ha parecido bien daros a vosotros el Reino. Vended vuestros bienes y dad limosna. Haceos bolsas que no se deterioran, un tesoro inagotable en los cielos, donde no llega el ladrón, ni la polilla» (Lucas 12,32-33).
Invito a ver mis apuntes sobre la fiesta de la Navidad, del año 2015 (oprimir).
También invito a ver mis apuntes del año pasado sobre "Judíos, cristianos y palestinos en Navidad".
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