Con este domingo culmina la octava de Resurrección y tradicionalmente se conocía como el domingo «in albis». En los primeros tiempos los recién bautizados llegaban al templo revestidos de blanco o en albas y toda la comunidad volvía a celebrar con ellos la alegría de su conversión y su bautismo. Esto se ha perdido, sobre todo luego que a alguien se le ocurrió que este domingo fuera dedicado a la devoción personal al Cristo de la Divina Misericordia. Esa devoción de por sí es recomendable, pero no está bien ubicada en este domingo, por razones litúrgicas.
En el imperio romano de Occidente, la futura Europa, la mentalidad de los griegos y romanos fue poco a poco sustituida por la mentalidad germana a lo largo de la segunda mitad del primer milenio (siglo cuarto al décimo de nuestra era cristiana). En la mentalidad griega y romana el enfoque social era sobre la comunidad. Vivir era vivir en comunidad, vivir al modo público. La vida privada no era algo importante. Lo podemos constatar cuando Sócrates fue condenado por el tribunal de Atenas, cuando le dieron escoger entre el exilio y la muerte. El exilio no fue alternativa para él. Así de importante era para él vivir como un ciudadano en Atenas.
La idea de la vida feliz en el seno de la ciudad fue complicándose en la medida que las ciudades crecieron y se volvieron más cosmopolitas, con aglomeraciones de convivencia entre extraños. Ya por entonces, igual que hoy, unas minorías disfrutaban de la riqueza de la producción económica mientras el grueso de la población padecía miseria.
En aquel mundo helenístico se abrió paso la mentalidad individualista de los germanos, que cuadró muy bien con las enseñanzas de los estoicos romanos. A su vez, las enseñanzas de los estoicos compaginaban con las inquietudes de los cristianos. Todo aquello llevó a las ideas e ideales de la vida interior, de espaldas a una sociedad que no podía ofrecer felicidad. Así se fue preparando el escenario para el subjetivismo de los tiempos modernos tan bien expresado por René Descartes con su «Pienso, por tanto existo»; «Sé que existo en la medida que pienso»; «Sólo soy una cosa que piensa, una cosa pensante».
Todo eso explica el devocionario cristiano de los últimos siglos, tanto entre católicos como entre protestantes. El encuentro con Cristo es algo personal. Así, los protestantes se encaminaron a un cristianismo individualista y los católicos no se quedaron atrás. Si en tiempos de Sócrates lo personal y lo privado no era tan importante, ahora sería el revés. Mientras que Sócrates entendía su felicidad en su vida junto a los demás en comunidad, en los tiempos modernos la felicidad sería un asunto personal, privado.
A finales de siglo 19 y comienzos del 20 caímos en cuenta, sin embargo, que ninguna de nuestras ideas son nuestras y que ese supuesto mundo subjetivo, privado, personal, está constituido en la sociedad y en el momento histórico en que vivimos. Nuestras ideas, como nuestro lenguaje, no son algo privado, sino que son algo social. Pensamos y hablamos con palabras y con ideas que se constituyeron en sociedad y por eso hemos de reconocer que nos movemos en el mundo de ideas y palabras que no son personalmente nuestras. Hemos de reconocer que la vida de fe tiene un componente social ineludible. La vida de fe se concretiza en la subjetividad personal y privada, pero se expresa sobre todo en la vida en comunidad, en la vida de la comunidad cristiana.
Es en ese sentido que el Concilio Vaticano II se orientó a la renovación de la Iglesia (para los efectos, el cristianismo universal) en términos de la vida en comunidad. De ahí que no sea tan importante fomentar las devociones personales y subjetivas —que tienen su importancia fundamental también— cuanto promover la vida de la comunidad.
Cuando uno analiza los primeros tiempos del cristianismo uno ve cómo aquellas primeras comunidades de los tiempos apostólicos se fueron transformando con el triunfo de los tiempos del emperador Constantino. Uno nota cómo se introdujo la envidia, la codicia, la vanidad como elementos en juego en la vida de las comunidades cristianas. Ser elegido obispo, igual que hoy día, implicaba manejar mucha riqueza, mucho dinero y en la práctica era como ser el administrador en una multinacional. Pero la Iglesia no es —no debe ser— una multinacional, ni en aquellos tiempos, ni hoy día.
En tiempos del emperador Constantino ya no fue posible vivir la fe a cabalidad —la fe del evangelio— en el seno de la institución eclesiástica. Así fue como entonces apareció el movimiento de la retirada a la vida de los monjes y las monjas. Desde entonces se asume que sólo los monjes y las monjas viven el ideal cristiano como se debe. Pero en realidad todo cristiano está llamado a la vida evangélica de pobreza y sencillez y amor al prójimo. Eso es lo que volvió a recordarnos el protestantismo.
No se equivocan los que denuncian la influencia del protestantismo en la iglesia católica. Es que el modelo de los primeros cristianos, de los primeros tiempos, debe llevarnos a eso. Eso fue lo que también implicó el Concilio Vaticano II. Ser cristiano no es asunto de unos pocos (clérigos y monjes) sino compromiso de todos y todos estamos llamados a vivir la fe en la calle, junto a los demás. Hay que dejar atrás el modelo corporativo y multinacional de la Iglesia para adoptar el modelo de las pequeñas comunidades de fe. En todo caso que la parroquia sea, como ya se ha propuesto, "comunidad de comunidades". Ese también es el camino de la sinodalidad.
Invito a ver mis apuntes de años anteriores:
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