El Espíritu llevó a Jesús al desierto, "para ser tentado" (Mateo 4:1). Allí Jesús ayunó durante cuarenta días. En conmemoración de esos cuarenta días nosotros observamos la cuaresma.
Jesús no necesitaba ayunar. Tampoco necesitaba ser bautizado en el Jordán. Se nos dice que esto fue así para nuestra edificación, para enseñarnos el camino.
En los relatos del bautismo de Jesús en el Jordán (Marcos 1:9; Mateo 3:13; Lucas 3:21) siempre se deja sentir la presencia del Espíritu. Inmediatamente después del bautismo, Jesús es conducido al desierto por ese Espíritu.
Si ayunó, fue por la inspiración del Espíritu. Si no tenía pecado, su ayuno no tenía un carácter penitencial o punitivo, como para pagar por sus pecados. Tampoco nuestro ayuno tiene que tener carácter penitencial, como si con nuestros actos pudiésemos agradar a Dios para conseguir el perdón de nuestros pecados.
Cuando Jesús perdona en los evangelios, tampoco exige penitencia o castigo. Para que Dios exigiera castigo tendría que estar "herido" emocionalmente por nuestras infidelidades y por eso estaría requiriendo venganza. No tiene sentido que Dios requiera venganza, porque entonces no sería Dios, sino un ser débil dominado por el resentimiento.
La penitencia que Jesús pide en los evangelios es el arrepentimiento y el cambio de vida, para nuestro propio bien. Jesús no pide castigos auto infligidos que compensen un supuesto orgullo herido. Una mala traducción hizo que Juan Bautista predicara "penitencia", cuando según el original griego del evangelio, predicaba la conversión, el cambio del estilo de vida.
Nosotros, en cuanto humanos, estamos sujetos a unas pasiones desordenadas. En el estado prelapsario (antes del lapso, o caída de Adán) en el mundo reinaba el orden. Las pasiones humanas estaban ordenadas correctamente a su finalidad propia y en eso también consistía la armonía del ser humano con la naturaleza.
Podríamos decir que eso es un modo simbólico de apuntar al hecho que nuestras pasiones tienen unos propósitos que no cuadran con nuestra realidad actual. Nuestras hormonas corresponden a la época en que estábamos en el bosque y nos sentíamos amenazados y alarmados por algún peligro. Esa reacción hormonal violenta se da también hoy día, pero no tiene una válvula de escape como en la jungla – no hay necesidad de salir corriendo, ni de luchar mano a mano con un león.
Sea la explicación que valga el hecho es ése. Nos vemos tentados y para poder resistir la tentación se requieren dos cosas: ser dóciles a las inspiraciones del Espíritu y estar "en forma", tener carácter. Ese sería el papel del ayuno, el ayudarnos a vivir de manera sobria, desarrollando nuestra fortaleza de ánimo para que, con la asistencia del Espíritu, podamos resistir la tentación.
No se trata solamente de las tentaciones del sexo. Después de todo el sexo es natural. Están las tentaciones de nuestra envidia, avaricia, egoísmo desordenado, codicia, inseguridad, miedo, vanidad, ambición desmedida, y así sucesivamente.
El ayuno tiene otros aspectos también, como el de ser medio para ahorrar de nuestros bienes para poder compartirlos con los menos afortunados. En los próximos días espero seguir desarrollando este tema. Entre tanto, queda claro, que el ayuno por puro placer justificarse uno mismo es un auto engaño y hasta una especie de perversidad.
Comentarios