En el evangelio de hoy escuchamos la parábola del buen samaritano.
Jesús presenta esta parábola para ilustrar el concepto del amor al prójimo.Para los judíos de la época de Jesús los samaritanos eran extranjeros.
"Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó…" Jesús no especifica si el que fue asaltado era judío. Pero el punto es, evidentemente, que el prójimo puede ser cualquiera que necesite de nosotros. Y no necesitamos una ley que nos diga qué tenemos que hacer. Esto ya lo vemos en la primera lectura de hoy.
La primera lectura está tomada del Deuteronomio. "El mandamiento está muy cerca de ti:
en tu corazón y en tu boca," nos dice.
La maldad no es algo que habita en el corazón del ser humano –hombres o mujeres–; en el corazón está "la ley de Dios". Nadie en su sano juicio niega el sentido positivo, el valor, de ser una persona decente.
La maldad no es algo que habita en el corazón del ser humano –hombres o mujeres–; en el corazón está "la ley de Dios". Nadie en su sano juicio niega el sentido positivo, el valor, de ser una persona decente.
Porque la ley de Dios está inscrita en nuestro corazón desde el nacer, por eso los gentiles y los paganos también se sienten naturalmente inclinados a hacer el bien. Espontáneamente reconocemos el valor y el peso de lo que significa que una persona sea buena, en el mejor sentido de la palabra.
Pero la ley de Dios no consiste en unos preceptos, unos mandamientos. La ley de Dios en nuestro corazón es otra cosa. Por eso fue que San Agustín llegó a decir, "Ama y haz lo que quieras".
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