Toda la obra de la salvación, desde la creación del mundo hasta el fin de los tiempos, es obra del Espíritu Santo.
Tradicionalmente se asume que Pentecostés se dio sobre los doce apóstoles. La devoción popular añadió a la Virgen junto a ellos. Pero en realidad, la narración de Lucas no especifica; sólo dice que los discípulos estaban reunidos. Los discípulos de Jesús eran muchos, muchísimos. Pero eso es un detalle que no es para inquietarnos, si Pentecostés fue sobre los apóstoles solamente, o si incluyó a otros junto a ellos.
Lo importante es el bautismo del Espíritu que se confirma en nuestra fe.
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El Espíritu Santo en nosotros: detengámonos un momento a contemplar este hecho de nuestra fe. Dirá San Pablo en su segunda carta a Timoteo 1,13-14: «Ten por norma las palabras sanas que oíste de mí en la fe y en la caridad de Cristo Jesús. Conserva el buen depósito mediante el Espíritu Santo que habita en nosotros.»
Jesús caminó entre nosotros, en este mundo, como nos lo dice Lucas 4,1 —«Jesús, lleno de Espíritu Santo». Por eso le comunicó a sus discípulos ese Espíritu que habitó en él, como en Juan 20,22 — «sopló sobre ellos y les dijo: "Recibid el Espíritu Santo"».
De la misma manera que los discípulos también nosotros recibimos el Espíritu Santo. Está el ejemplo que encontramos en Hechos de los apóstoles 8,15-17 — «Al enterarse los apóstoles que estaban en Jerusalén de que Samaría había aceptado la Palabra de Dios, les enviaron a Pedro y a Juan. Estos bajaron y oraron por ellos para que recibieran el Espíritu Santo; pues todavía no había descendido sobre ninguno de ellos; únicamente habían sido bautizados en el nombre del Señor Jesús. Entonces les imponían las manos y recibían el Espíritu Santo».
Ahí vemos el bautismo del Espíritu, que el Bautista anunció, como en Marcos 1,8 — «Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo».
Es lo que nosotros conocemos como el sacramento de la Confirmación.
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Vemos que Dios actúa sin trabas humanas. A veces los clérigos hablan y han hablado desde hace siglos, como si ellos tuvieran el poder de evitar que Dios envíe su Espíritu. Esto se ve cuando dicen, «Fuera de la Iglesia no hay salvación», y cosas parecidas. Es la misma porfía que libró el Vaticano en otro tiempo como para demostrar que las órdenes anglicanas no eran «válidas». Como si para poder conferir —o imponer las manos invocando al Espíritu Santo— bautismos y órdenes sagradas se necesitase una genealogía eclesiástica que demostrase una línea ininterrumpida de San Pedro y los apóstoles hasta los obispos de hoy día.
En el libro de los Hechos de los apóstoles encontramos más de un caso en que los cristianos reciben el Espíritu Santo sin que algún eclesiástico le sirva de intermediario. Vemos el caso, por ejemplo de los que expulsan demonios en nombre de Jesucristo, sin ser sus discípulos directos, como en Marcos 9,38.
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Esto es algo como decir, «Todos los ponceños son puertorriqueños»; pero no es cierto que «Todos los puertorriqueños son ponceños».
De la misma manera es cierto que «El Espíritu Santo desciende de manera sacramental en la Iglesia». Pero no es cierto que «La única manera en que el Espíritu Santo desciende es de la manera sacramental de la Iglesia».
Encontramos el Espíritu Santo ya mencionado en el Antiguo Testamento. Así por ejemplo, en Sabiduría 1,5 y en ese mismo libro, Sabiduría 9,17. Lo encontramos también en Isaías 63,10-11.
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El Espíritu sopla a voluntad. «El viento sopla donde quiere, y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que nace del Espíritu». (Juan 3,8)
Este es el Espíritu que nos ha sido dado como un don. Como dice San Pablo, «Que el Reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia y paz y gozo en el Espíritu Santo». (Romanos 14,17)
2011;
2014 (La comunidad parroquial y Pentecostés);
2016;
2018 ("El bautismo en el Espíritu");
2019.
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