El evangelio de hoy continúa la lectura del evangelio de san Juan con el tema de Jesús, pan bajado del cielo.
La primera lectura es del libro de los Proverbios 9,1-6. La personificación de la sabiduría, nos dice, ha preparado vino (y alimentos) y ha enviado a sus criados con la invitación de venir a su casa. Invita a que vengan a alimentarse del saber los inexpertos y los faltos de juicio. «Venid a comer de mi pan, y a beber el vino que he mezclado; dejad la inexperiencia y viviréis, seguid el camino de la inteligencia».
La segunda lectura continúa la lectura de la carta de Efesios 5,15-20. San Pablo exhorta a comportarnos como cristianos y no como paganos. «No os emborrachéis con vino, que lleva al libertinaje, sino dejaos llenar del Espíritu,» nos dice. Esto cuadra con la invitación de la Sabiduría en la primera lectura: nuestro alimento y nuestra alegría es la Palabra de Dios en la Escritura y el Espíritu que llena nuestros corazones.
El evangelio de hoy está tomado de Juan 6,51-58. «Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo», dice Jesús. Los que lo escuchan quedan extrañados, porque no entienden. Jesús entonces añade, «El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él».
El que come la carne y bebe la sangre del Hijo de Dios tiene vida eterna. Jesús lo resucitará en el último día. Sobre todo, el que come su carne y bebe su sangre entra en la comunión de la intimidad con Jesús y habita en Jesús, lo mismo que Jesús habita en él. Notar: esto no se dice de unos cristianos especiales, superiores a los otros. Esto se dice de todo cristiano que comparte en la celebración eucarística.
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En tiempos de la Reforma protestante el tema de la definición del modo con que Jesús está presente en el pan eucarístico fue motivo de división entre los cristianos. No sólo llevó a la división entre católicos y luteranos, sino que también provocó la división entre luteranos y calvinistas y luego entre otras denominaciones entre sí. Esto fue y es un escándalo que perdura hasta nuestros días. Es escandaloso en la medida que el tema de la eucaristía —sacramento de la unión cristiana y de Dios con nosotros— provoca lo contrario de la unión, provoca la desunión. Que mencionar la eucaristía de inmediato suscite ataques, odios, sarcasmos y alegatos es todo lo contrario de lo que debiera darse entre los que se dicen seguidores de Jesús.
Debemos unirnos y subrayar simplemente la Presencia Real de Cristo en el pan que comemos como parte de nuestra Oración Eucarística, sin más detalles. Recordemos que no es igual, el Dios de los filósofos y teólogos, que el Dios de nuestra experiencia de fe. Las definiciones teológicas pueden ser ídolos que se prestan para la adoración idolátrica.
Ciertamente no podemos decir que Dios está en las discusiones acaloradas y feroces entre enemistados por una definición abstracta y otra (sobre todo cuando llevó a guerras, torturas, muertes, quemas en hogueras). Dios está allí donde hay amor. Es paradójico que el sacramento del amor provoque odios y divisiones.
Jesús, como en las reflexiones de los domingos anteriores, está presente cuando nos reunimos en su nombre para dar gracias. Está presente en la misma asamblea como cuerpo místico de Cristo, a la que nos incorporamos para alabarlo, para compartir el pan y el vino en que reconocemos la Real Presencia de Jesús. Jesús es nuestro alimento, tanto en sus enseñanzas como en el pan mismo que es Jesús mismo que se da a nosotros y nos da vida eterna.
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