En el evangelio de este domingo Jesús anuncia que sus discípulos recibirán el Espíritu Santo. Entretanto les da la paz, «La paz sea con ustedes. La paz les dejo, la paz les doy», les dice.
En la primera lectura de hoy (Hechos de los apóstoles 15,1-2.22-29) encontramos la polémica que se dio en las primeras comunidades cristianas sobre la necesidad de circuncidarse y seguir las disposiciones dietéticas y los criterios de pureza e impureza según la Ley de Moisés.
Valga recordar la composición social de aquellas primeras comunidades. Originalmente todos eran judíos y el cristianismo fue en su primer momento una secta judía de judíos para judíos. En ese contexto recordaban lo que Jesús les había dicho, «No he venido a abolir la Ley, sino a perfeccionarla» (Mateo 5,17). Sólo que tardaron en ir entendiendo que esa perfección consistía en lo mismo que ya estaba en las Escrituras y que ellos tardaban en captar, la ley del corazón, la ley de la Nueva Alianza.
Ya en el profeta Jeremías 31,31-34 se anuncia esa nueva ley del corazón. El Espíritu de Yahvé pone esa ley en nuestros corazones para reconocer lo que es nuestro deber a la luz del amor. Está el caso de cuando Jesús curó a un paralítico en sábado.
Lucas 13,14 nos dice, «el jefe de la sinagoga, indignado de que Jesús hubiese hecho una curación en sábado, decía a la gente: "Hay seis días en que se puede trabajar; venid, pues, esos días a curaros, y no en día de sábado."».
Los de la sinagoga no entendían. «¡cuánto más vale un hombre que una oveja! Por tanto, es lícito hacer bien en sábado», dirá Jesús en Mateo 12,12. Es lo que vemos en Marcos 2,27 – «Y les dijo: "El sábado ha sido instituido para el hombre y no el hombre para el sábado."».
Dirá san Pablo en Colosenses 2,8 – «Mirad que nadie os esclavice mediante la vana falacia de una filosofía, fundada en tradiciones humanas, según los elementos del mundo y no según Cristo». Y más adelante, en Colosenses 2,16-17 – «…que nadie os critique por cuestiones de comida o bebida, o a propósito de fiestas, de novilunios o sábados. Todo esto es sombra de lo venidero; pero la realidad es el cuerpo de Cristo». Notar que no dice que la eucaristía es el cuerpo de Cristo, sino que todos nosotros pertenecemos a la realidad que es el cuerpo de Cristo en virtud de nuestro bautismo, la verdadera circuncisión que no es quirúrgica, sino circuncisión en Cristo (Col. 2,11). En el bautismo fuimos sepultados con Cristo y resucitamos con Cristo, unidos y vivificados en él.
Los hermanos bizantinos hablan de la teosis, ese nuestro estar injertados y vivificados en Dios por medio de Jesús. Esto no es cosa de unos cristianos privilegiados, sino que es la condición de todo bautizado. Eso es lo que Vaticano II subrayaba al hablar de la santidad de los laicos. Y claro, no es que la santidad de los laicos va a ser distinta a la santidad de los clérigos. La santidad es la misma, de igual manera que la matemática es la misma, tanto en la agricultura como en la astronomía, sólo que aplicada a diversos escenarios humanos.
El ayuno y la abstinencia (como en las costumbres dietéticas mosaicas) son parte de la tradición de la Iglesia desde los primeros tiempos. Pero nunca se tomó como lo principal en la vida del cristiano, como lo es todavía hoy día para los judíos más devotos. Si uno va la historia de aquella controversia entre los primeros cristianos (como en Hechos 15) uno nota que en Pedro y Pablo hubo también el ánimo de no escandalizar a los hermanos, hasta que ya fue claro que las observancias dietéticas no eran tan importantes. Pedro lo expresará al narrar la visión en que tuvo una revelación, cuando Dios le dijo, «Lo que Dios ha purificado no lo llames tú profano». Lo mismo podemos decir hoy día: si un hermano quiere observar el sábado y no el domingo, o si se abstiene de comer morcillas porque eso es sangre o de asegurarse que el pollo que se come no murió estrangulado (para poder ser kosher, comestible según la ley de judía), le respetamos. Lo importante es ser cristiano y los cristianos se distinguen por el amor.
Eso es lo que encontramos en la lectura del evangelio de hoy, que continúa la lectura del evangelio del domingo pasado, del discurso de Jesús en la Última Cena. El domingo pasado Jesús exhortó a ese amor que nos distingue. Este domingo se ofrece la oportunidad de leer como lectura alterna otro pasaje parecido (Juan 17,20-26) en que Jesús ruega al Padre que todos sus discípulos sean uno en él y el Padre. Aparte de esa lectura alterna está la lectura principal para este domingo, que también nos presenta a Jesús en una exhortación parecida, como a continuación.
Este domingo Jesús continúa (Juan 14,23-29): «El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él». Todo cristiano es templo de Dios. No hay que ir a arrodillarse ante el Sagrario, baste arrodillarse y adorar a Dios en nuestro interior. Dirá san Agustín, «No salgas afuera, vuelve sobre ti mismo, en el interior de los seres humanos está la verdad» (Noli foras ire. In te reddi. In interiore homini habitat veritas).
En el evangelio de hoy Jesús añade, «La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo». Es la paz del encuentro con Dios en Jesús.
Invito a ver los apuntes (algo extensos) para este domingo del año 2016 (pulsar).
Igual, unos más breves del año 2022 (pulsar).
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