Tradicionalmente la solemnidad de la Ascensión se celebra el jueves de la sexta semana del tiempo pascual. Es que en tiempos de los primeros cristianos el jueves era el equivalente del día domingo, era el día dedicado a «Jove», Júpiter, Zeus, el dios máximo. Hacía pareja con el viernes, el día de Venus, diosa del amor. Así que de haber habido la idea del fin de semana en los tiempos romanos y helenísticos, se habría pensado en el bloque que iba de miércoles (día de Mercurio, dios del comercio) por la noche pasando por Jove, Venus, Saturno (sábado). Pero no necesariamente ellos pensaban como nosotros. Aparte de eso, sabemos que en tiempos anteriores a los de los cristianos hubo la idea de la semana de diez días y hasta tiempos inmediatamente anteriores al nacimiento de Cristo los romanos tuvieron una semana de ocho días. El octavo día, sin embargo, se tomaba como de día de mala suerte y quizás por eso se eliminó.
El domingo cristiano apareció por asociación a la resurrección de Jesús el primer día de la semana. Uno puede notar que en Juan 20,19 los discípulos se reúnen al atardecer del día de la resurrección, el primer día de la semana; unos versículos más adelante (20,26), “ocho días después” los discípulos vuelven a estar reunidos. En Hechos 20,7 se nos dice, «El primer día de la semana, estando nosotros reunidos para la fracción del pan, Pablo, que debía marchar al día siguiente, conversaba con ellos y alargó la charla hasta la media noche». Ahí podemos recordar que para los judíos el día comenzaba al atardecer. Así que Pablo y los de la comunidad estaban celebrando el primer día de la semana ya desde el sábado por la noche y así se entiende que Pablo alargara la charla hasta la media noche. Podemos conjeturar que para los judíos cristianos de los primeros tiempos la celebración del sábado y del primer día de la semana se fundían en una sola celebración.
Recordemos la composición social de las primeras comunidades cristianas. Originalmente eran todos judíos, pero pronto se les unieron los judíos helenizados de la Dispersión. Muchos de esos judíos helenizados eran más paganos que judíos; igual que hoy día, que muchos judíos son sólo hebreos de raza, pero no de costumbres. Esos judíos helenizados tenían un saber imperfecto de las tradiciones legales y de seguro no se preocupaban mucho de ello. Su conversión al cristianismo probablemente era un modo de volver a sus raíces, ahora al modo cristiano. Luego también ingresaron los francamente paganos, que ignoraban las tradiciones judías. Así, unos cien, ciento cincuenta años después de Cristo, ya había una despreocupación por el contexto judío original del cristianismo, algo así como los descendientes de polacos y rusos y catalanes (etc.) en Estados Unidos ya olvidaron muchas de las tradiciones ancestrales de sus abuelos y tatarabuelos. Podemos pensar que para el año 200 después de Cristo en las comunidades cristianas ya prácticamente no había judíos; quién sabe si ya desde antes fue así.
Cuando el emperador Constantino se declaró cristiano, ya antes de eso era un adorador del dios Sol, al que estaba dedicado el primer día de la semana. Así se asoció la celebración de la resurrección de Jesús con el «Sol invicto», el sol naciente, la Luz que disipa las tinieblas.
En la primera lectura de hoy (Hechos 1,1-11) se nos dice que Jesús permaneció cuarenta días compartiendo con sus discípulos después de su resurrección. De hecho hay episodios de los evangelios que pudieran interpretarse como acaecidos en ese periodo post pascual, como cuando Jesús viene caminando sobre las aguas hacia los discípulos en la barca (Mateo 14,25). Ciertamente se nos dice —como en la primera lectura de hoy— que Jesús comparte con los discípulos luego de su resurrección y se sienta a la mesa y come con ellos. Y entonces, los lleva a un lugar particular, les encomienda el anuncio de su resurrección y les anuncia el bautismo del Espíritu, les bendice, y se eleva al cielo.
En el evangelio de hoy (Lucas 24,46-53) vemos otra versión de este evento. Se nos dice que después de la Ascensión los discípulos se volvieron y permanecían en el templo en oración y bendiciendo a Dios.
Vemos que la primera comunidad cristiana fue una comunidad judía netamente ubicada en el contexto del culto y las creencias judías. Con la iluminación del Espíritu Santo —que celebraremos el domingo que viene con Pentecostés— los discípulos se animaron a salir y predicar lo encomendado por Jesús: la salvación, el perdón de los pecados, la llegada del Reino como en el amor entre los hermanos.
Desde hace un tiempo, y ahora más con la llegada al poder de los más conservadores dentro del partido Republicano de los Estados Unidos, ha habido un intento de borrar la separación entre Iglesia y Estado. Esto es algo que los «integristas» (como les llamaban en la España de Franco) nunca han entendido muy bien, esto de respetar el derecho a existir de otras denominaciones religiosas. En el caso de España no había tolerancia por otra religión que no fuera la católica, al punto que, como en algunos de nuestros pueblos, había que tener un cementerio católico y aparte, un cementerio civil. En el cementerio católico en Ponce —todavía a mediados de siglo 20— no se podía enterrar un suicida, o un pecador público, como sucedió con Isabel la Negra, la reconocida madama cuando murió en 1974. Jesús no hubiera hecho eso. Sabemos muy bien lo que anunció sobre los pecadores. En la segunda mitad del siglo 20 más de un clérigo español educado en aquellos seminarios franquistas nunca entendió lo planteado en la Dignitatis Humanae del Concilio Vaticano II, sobre la libertad religiosa.
En este contexto hay un movimiento en Estados Unidos para que sea obligatorio poner un cartel con los diez mandamientos en todos los salones de las escuelas públicas (las escuelas privadas tienen derecho a poner lo que les parezca; otra cosa son los espacios públicos, inherencia del gobierno estatal).
Un jesuita experto en Biblia ha denunciado el desacierto de promover esta medida. Comparto el enlace a su artículo de la revista America, que el lector puede ver en este enlace. En Estados Unidos, igual que en Francia, España, Alemania, otros países, hay muchas minorías de un gran número de religiones. Los diez mandamientos sólo tienen que ver con judíos y cristianos y puede que en esas escuelas los judíos y cristianos son minoría respecto a africanos, musulmanes, hindús, santería del Caribe, así. Aun dentro del cristianismo puede haber controversia sobre qué es lo que realmente dicen y significan los diez mandamientos aplicados a la vida diaria.
Pero hay una enseñanza fundamental de Jesús que es básica, universal, que también ha sido expresada en otras culturas y en otros tiempos, la del amor al prójimo.
Si vamos a insistir en poner carteles con enseñanzas religiosas en los salones de clase, porqué no poner, «Ama a tu prójimo como a ti mismo». Esa es una enseñanza que los mismos cristianos fundamentalistas no reconocen cuando demonizan a los migrantes o insisten en el cumplimiento de la Ley (como los fariseos) a la ciega, al imponer la prohibición del aborto o de la eutanasia sin contemplar la realidad humana, las necesidades humanas específicas, como Jesús nos enseñó.
Promover el amor al prójimo es evocar a Jesús vivo entre nosotros, aun cuando ahora está en el cielo junto a su Padre. Jesús vive y sigue entre nosotros, no sólo en el pan eucarístico (como quieren insistir algunos fundamentalistas) sino sobre todo en el amor al prójimo.
Invito a ver mis apuntes de años anteriores sobre este domingo de la Ascensión, como los del 2022 y también los del 2019, lo mismo que los del 2016.
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