Estas Navidades parece que escasean muchas cosas en Venezuela, como señala la BBC en su página de Internet: http://www.bbc.co.uk/mundo/noticias/2012/12/121219_venezuela_economia_escasez_economia_cronica_az.shtml.
En Venezuela ahora mismo no es fácil, por no decir casi imposible, conseguir azúcar para tantos dulces especiales de la época o harina para las arepas tradicionales.
Alguien podría decir: ese es el lamento de la burguesía que antes se quedaba para sí los mejores productos para pasar bien sus navidades. Ahora, como el azúcar y la harina se reparten a los pobres también, por eso es que escasea, porque no hay suficiente para todo el mundo, al buscar repartirlo entre todos.
Eso tiene su verdad. Por eso es que no tiene tanto sentido repartir todo lo que uno tiene a los pobres. Eso es como querer cambiar el color del mar con cien galones de tinte, digamos. Por eso es que las revoluciones como la de Cuba o la bolivariana de Chávez sólo terminan haciendo que todo el mundo sea pobre.
Y aparte de eso, hace tiempo que ha quedado demostrado que la manera más efectiva para desajustar la economía es el control de precios. Venezuela tiene una de las inflaciones más grandes, es decir, que los precios de los artículos no controlados por el gobierno siguen aumentando continuamente, siguen “inflándose” lo que equivale a una disminución automática de los salarios y de los dineros en ahorros.
Claro, uno en un gesto extraordinario de cristiano puede repartir todo lo que tiene a los pobres y dedicarse a seguir el ejemplo de vida de San Francisco de Asís. Pero ese tipo de gesto, muy encomiable, no es algo obligatorio. Por eso es que tradicionalmente se le ha catalogado como un “consejo evangélico”, algo recomendable, pero no algo necesario para definirse como seguidor de una vida con calidad cristiana.
¿Qué propósito más cristiano que dar de comer a los miles de pobres en un país? Pero luego de casi un siglo de experimentos sociales como en la Unión Soviética, en la China de Mao y la Cuba de Fidel, está claro que el camino a seguir no está por esa vía del sistema de las economías dirigidas.
Al pensar esto uno recuerda fácilmente aquello de que “es mejor enseñar a pescar, que regalar un pescado”.
Tiene más sentido pensar en una economía fiscalizada, pero no reglamentada, en que hay espacio para que cada uno desarrolle su propio negocio, como el caso de las micro empresas en la India. En ese contexto el papel del gobierno habrá de ser el de un árbitro. En el fútbol o en el béisbol, los árbitros intervienen para mantener el orden, pero no dirigen el juego. Lo mismo podemos pensar del papel del gobierno en la economía.
Si hay miles que necesitan harina y azúcar, eso es como los miles que “necesitan” cocaína o heroína. Hay un “mercado” y están los que se organizan para suplir ese mercado. Por el interés económico buscarán el modo que el producto esté accesible a todos.
Los distribuidores de droga, claro, no pueden hacer que haya cada vez más gente con poder adquisitivo para comprar su producto, pero en el caso de los bienes legales como la leche, la mantequilla, etc., el gobierno sí puede facilitar el camino para que se establezcan las empresas que generarán empleos y poder adquisitivo. El gobierno también obligatoriamente debe ayudar mediante garantías como el de un sistema legal justo y efectivo, además de la coordinación de toda la infraestructura de carreteras, energía eléctrica, acueductos. Si hay un ambiente de “juego limpio” tales obras “públicas” pueden ser licitadas en competencia entre compañías constructoras y de servicios.
Porque, ¿Quién puede echar adelante una fábrica si no tiene un suministro confiable de agua corriente y de electricidad? ¿Quién puede licitar para lograr el país soñado, si de partida no hay una competencia leal e impera la corrupción? ¿Quién puede hacer negocios en un país en que es más importante quién es alguien, más que la calidad de su carácter? ¿Quién quiere jugar fútbol cuando los árbitros están vendidos y prejuiciados? Por eso es que se ha podido establecer que en los países de progreso económico las “buenas costumbres” han facilitado ese “boom”, ese crecimiento espectacular como en Singapur, o en China.
Así se va creando el sistema que se va estimulando mutuamente en una cadena repetitiva de crecimiento: hay cada vez más consumidores y a más consumidores, más fábricas, más compañías constructoras, más negocios que se establecen dándole empleo a cada vez más personas. Así cada vez más personas tienen más poder adquisitivo para seguir impulsando el crecimiento de los negocios y la productividad del país. Y para esto hace falta un ingrediente importantísimo: que en el país haya un ambiente de confianza que anime a las personas a invertir su tiempo y su dinero para echar adelante sus proyectos económicos. Si no se da ese ambiente, que es lo que sucede en la mayoría de nuestros países hispanoamericanos, entonces es difícil "salir del hoyo".
Rockefeller, que era un cristiano de ir a la iglesia todos los domingos, fue confrontado en una ocasión por sus gestiones para adquirir cada vez más pozos de petróleo, allá a finales del siglo 19, cuando todavía no existía la gasolina. Rockefeller contestó que habían cientos de familias, si no miles, que no tenían dinero para alumbrarse por la noche, porque las velas (que se hacían a mano) eran demasiado caras. Que con sus refinerías (que no eran algo barato de montar) él podía ofrecerle a los pobres la manera de alumbrarse con el gas kerosén, a un precio bien barato. Y yo mismo recuerdo de pequeño cuando me mandaban a la tienda a comprar un galón de gas kerosén por una centavería.
La competencia lleva a que cada uno, como el panadero de la esquina, busque comprar la mejor harina al mejor precio para vender el mejor pan al precio más competitivo, lo que hace que los consumidores puedan adquirir pan excelente a buenos precios. Difícilmente el gobierno tendría la motivación para inventarse una refinería de gas kerosén, cosa que los pobres se pudieran alumbrar de manera más barata.
Otro ejemplo es el de las navajas de afeitar. En la década de los años 1950 en Hungría (me lo contó un profesor húngaro) no habían navajas de afeitar. Por contraste en Europa y Occidente se conseguían las navajas de afeitar, sin problemas y a buen precio. A esto hay que añadirle otro factor: las navajas de afeitar sólo eran buenas para una afeitada y con mucho trabajo y riesgos de cortaduras, podían llegar a usarse hasta un máximo de tres veces. Cada veinticuatro horas miles de personas, hombres y mujeres, compraban miles de navajas de afeitar. Mientras que en las economías dirigidas bajo el socialismo estalinista no se conseguían las navajas de afeitar, en el “mundo capitalista” se conseguían fácilmente, a buenos precios.
Pero hay más. ¿No les convenía a las compañías productoras de navajas de afeitar dejar las cosas como estaban, ya que el negocio iba muy bien? Sin embargo, no fue así. Gracias a la competencia entre las diversas compañías las navajas de afeitar siguieron evolucionando hasta que ya en los 1970 las había que se podían usar por semanas enteras, sin necesidad de comprar otra, a veces hasta por más de un mes.
Hoy, cierto, hay una compañía que domina el mercado, luego de por poco perderlo hace unas décadas, precisamente, por las innovaciones. Pero eso, tienen que seguir innovando, porque si ellos no lo hacen, se quedan atrás y pueden irse a la quiebra como ha sucedido como tantos otros gigantes que se durmieron en sus laureles, como la Kodak, IBM, Microsoft y así sucesivamente. Algunos desaparecieron y otros siguen en la lucha por traer al mercado un mejor producto. ¿Quién iba a decir que General Motors estaría luchando por su existencia con un problema enorme de “cash flow”? Y todavía hay quien quiere insistir en el poderío de los “grandes intereses” sobre el mercado mundial. Si eso fuera cierto, ni General Motors, ni otros estarían luchando por su existencia, mientras otros también desaparecen.
En la experiencia este sistema de producción e intercambio de bienes no resuelve la pobreza, ni la miseria. Pero sí hace que muchas más personas salgan beneficiadas y que los bienes y servicios se distribuyan más ampliamente, más eficazmente, para todos, que bajo el sistema de dirigismo del gobierno.
Es fácil decir que los males económicos de la América hispana son producto de alguna conspiración internacional, neoliberal y neocapitalista. Cuando lo que hay que hacer es enfrentarnos a nuestros propios defectos, a la herencia centenaria de un ideal sin sentido de un caballero hidalgo para quien el trabajo es una humillación y el sobrevivir con picardía e injusticia es una virtud. Mientras las destrezas y la disposición de carácter sean menos importantes que la gente que uno conoce, “no sacaremos los pies del plato”.
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