Tradicionalmente este domingo ha sido el de la infraoctava de Navidad. Antes del día 25 observamos la octava de la Virgen de la O, o de la Virgen de la Esperanza y las antífonas de vísperas que comienzan con “O”. Luego del día 25 observamos la octava de la celebración, como en esas bodas que duran una semana.
Los padres de la reforma litúrgica luego de Vaticano Segundo trasladaron esta fiesta a este domingo dentro de la octava de Navidad. Antes se celebraba en el domingo siguiente a la Epifanía, o domingo después del 6 de enero. Probablemente se hizo así para corresponder a la realidad de la mayoría de las sociedades en que no hay la tradición cultural de los Reyes y se pasó esta celebración al domingo siguiente, por lo que entonces la Sagrada Familia se pasó al domingo anterior.
Esta es una fiesta de institución relativamente reciente. Uno puede pensar que está inspirada por la piedad francesa del siglo 17 que fue popular hasta comienzos del siglo 20, que giraba en torno a los misterios de la vida de Jesús, como en el santo rosario. En este caso nos invita a contemplar el misterio de la vida oculta de Jesús con sus padres.
Los misterios de la vida de Jesús, como en el rosario, son episodios que uno frecuentemente ve como quien va en un autobús o en un tren y ve el paisaje. Uno no puede bajarse y tiene que mirar de lejos. Entonces, “detenerse” equivale a un ejercicio mental o contemplativo, en que uno considera cómo podrá ser lo que está viendo desde lejos. Es lo que hacemos con la liturgia, al considerar la vida oculta de Jesús con José y María en el hogar de Nazaret.
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Otra lectura de esta fiesta lleva a comentar la crisis de la institución del matrimonio y de la familia en nuestra sociedad. Algunos que están más obsesionados no pierden la oportunidad para hablar del aborto, sobre todo para no dejar de lado la fiesta de los Santos Inocentes que para ellos va unida a tales consideraciones.
Es cierto que la institución de la familia está en mal estado, como están en mal estado nuestros gobiernos, nuestras escuelas y sistemas educativos, nuestros sistemas de salud, y así sucesivamente. Esto es lo que habría que hacer, encuadrar el asunto.
Los marxistas (a falta de otra designación) y los católicos se llevan bien porque ambos denuncian los males sociales y económicos y ambos hacen un llamado a terminar con esta situación. Ambos terminan en una postura de denuncia, la de un predicador que truena contra el reino del mal. Nuestra sociedad anda mal por culpa del neoliberalismo, el neocapitalismo, y raíces de la maldad de igual calaña.
Pero anunciar el evangelio no es regañar, ni expresar odio y agresión. Cuando Jesús busca la oveja perdida en la parábola, no la regaña, ni la castiga. Tampoco la trae de vuelta a patadas. Cuando el hijo pródigo vuelve, el padre no lo regaña, ni lo castiga. Y cuando su hermano se queja, no le da la razón al hermano “bueno”. Ese es el misterio de la misericordia, o del perdón. En el caso de los trabajadores que vinieron a trabajar al atardecer, se les da igual paga que los que estuvieron trabajando todo el día.
Cuando Jesús cita al profeta Isaías para decir que anuncia la liberación a los cautivos bajo las sombras de la muerte, habla sobre los cautivos del pecado. No habla de los prisioneros de su clase social, como tendemos a pensar hoy.
Para su audiencia el pecado llevaba a la muerte. Una muerte y un sufrimiento como el del Calvario para los judíos era evidencia de que la víctima era un pecador. Jesús se hizo pecador y se presentó en un espectáculo como pecador, y murió. Y mediante ese proceso logró que los pecadores fuesen liberados y tuviesen vida en la resurrección.
Visto el asunto desde la perspectiva del que vive inmerso en la oscuridad del pecado, en el mundo del pecado, saber que Dios se le acerca como un padre amoroso es como un rayo de luz que ilumina las tinieblas. Eso es lo que anuncia Jesús, es lo que se supone anunciemos los que invitamos a la conversión, o al cambio de perspectiva.
Los fariseos predicaban como el hermano del hijo pródigo. Se sentían con derecho a llamar la atención a los que no se comportaban. Los discípulos de Jesús predican como el hijo pródigo y como la mujer adúltera, como alguien que fue arrastrado por el pecado en un mundo que no puede controlar y que no merecía perdón, pero que fue acogido por Jesús sin recriminaciones.
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El que predica regañando, atacando, denunciando, no lo hace porque vea el mundo como alguien que está inmerso en el pecado. El que predica como alguien que no tolera a los divorciados, a los maniáticos de la comida que están gordos, a los drogadictos, a los homosexuales y a las prostitutas y así sucesivamente, es porque se siente que él es una persona buena y no puede entender el mundo desde la trinchera de los pecadores.
Alguien puede decir que él fue pecador y ahora está salvado y tiene derecho a predicar contra esta sociedad malvada, contra el liberalismo y el laicismo, y el abandono de la moral, contra el amor libre y el aborto y la eutanasia. Pero es que nunca vio el mundo como lo ve un verdadero pecador.
Y es que todos somos verdaderos pecadores, sólo que los que se sienten con derecho a denunciarnos a los demás, no ven que ellos también están en el mismo barco, por así decir. Es como el padre que lamenta la conducta de su hijo adolescente y no recuerda que él fue hasta peor en sus años mozos.
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Está el cuento del jíbaro que fue electo para presidir un grupo que iría a ver al gobernador y presentarle los problemas del barrio. Estuvo una semana practicando lo que iba a decir, frente al pilón de café. Pero cuando fueron ante el gobernador, se quedó mudo. Al salir de la reunión le preguntaron y dijo, “No es lo mismo hablarle al gobernador, que al pilón”.
No es lo mismo hablar en abstracto, que hablar con la realidad presente. No es lo mismo argumentar con la teología abstracta o con la moral en abstracto, que argumentar con esos mismos principios, pero desde la realidad.
No es lo mismo hablar de los matrimonios rotos, de los hijos que sufren por la separación de sus padres, y así, que vivirlo en carne propia. No es lo mismo criticar a alguien por no haber acertado, que cometer el error uno mismo.
No es lo mismo hablar con ideas y teorías y citar lo que dicen las leyes y sacar conclusiones necesarias por silogismos y deducciones inapelables. Otra cosa es sentir la imposibilidad de que las cosas sean como una las piensa.
Las cosas no pueden ser como uno las piensa.
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Dios se hizo hombre: quiso ser pecador, quiso ver cómo se ven las cosas y cómo se siente uno cuando encuentra que “una cosa es con violín y otra, con guitarra”; que no es lo mismo estar empeñado en que las cosas salgan de una manera y otra, intentarlo. Ese es el mundo del pecado.
Las ideas están para guiarnos, por más verdad que sean. Lo ideal es que una fábrica produzca de manera eficiente y con resultados excelentes. Lo ideal es que los jugadores de fútbol ejecuten al modo de una coreografía. Pero la realidad es otra.
Una vez que vemos que el matrimonio ideal no existe, una vez que vivimos la amargura del fracaso de una ilusión y sufrimos por nuestros hijos en su desorientación por la separación de sus padres, no es tan fácil condenar. Una vez que vivimos la experiencia de una chica dentro del problema y el dilema de si abortar o no, en un contexto particular (el arrabal, el caserío, la mafia, violación, incesto, estudiante en una carrera brillante, simple inmadurez) podemos ver que no es asunto de regañar a nombre de Cristo.
No es que la sociedad anda mal y maldita sea la modernidad y la posmodernidad. Es que así es el mundo, así somos los humanos. Es lo que se llama “pecado original”.
Y Jesús no recriminó a la mujer adúltera, ni a los publicanos corruptos, ni a los abandonados al sensualismo, ni siquiera a quien también lo traicionó, a Pedro. De hecho, hay una interpretación de Judas, a los efectos de que en aquella sociedad, como en tantas otras, suicidarse era un modo de salvar el honor. Fue un modo con que Judas reconoció que lo hizo mal y por tanto puede ser contado entre los pecadores arrepentidos.
No se trata de ser “permisivos”. Ni decir que hay que mantener una moral firme. No es asunto de ser firmes en lo que dice la teología.
Se trata de hacer lo que Jesús hizo y decir lo que Jesús dijo. Se trata de ser cristianos.
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