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Domingo Segundo de Adviento - Ciclo C

Baciccio, El Bautista predicando

Este 6 de diciembre oremos por Venezuela, por su futuro, en este día en que habrán comicios electorales. Que ahora y en el futuro prevalezca el derecho y la justicia, con el sentido bíblico de las lecturas en esta temporada de Adviento; como en la primera lectura de hoy: “Paz en la justicia”; “Gloria en la piedad”.

En Europa del norte se celebra hoy la fiesta de “Sint Niklaus” — “Santa Cló” en español. Tradicionalmente se hornean muñecos de jengibre. 


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La primera lectura para este domingo está tomada del libro del profeta Baruc, 5:1-9. En un tono de alegría el profeta anuncia el fin de las penas de los judíos que ahora vuelven del Destierro en Babilonia. 
“Levántate Jerusalén,” dice, “sube a lo alto y dirige tu mirada hacia el Oriente”. Jerusalén verá a sus hijos que vuelven traídos por Dios como en andas, sobre un trono real. “Porque Dios dispuso que sean aplanadas las altas montañas y las colinas seculares, y que se rellenen los valles hasta nivelar la tierra, para que Israel camine seguro bajo la gloria de Dios…porque Dios conducirá a Israel en la alegría, a la luz de su gloria, acompañándolo con su misericordia y su justicia.” 

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El salmo responsorial para este domingo también evoca un tono de alegría: estábamos abatidos y tristes pero Dios cambió nuestra suerte y los que antes lloraban, ahora cantan de alegría.

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La segunda lectura de este domingo corresponde a un pasaje de la carta de San Pablo a los ciudadanos de Filipos, 1:4ss. Pablo dice que en todas sus oraciones pide con alegría por todos ellos. No reza por ellos porque se hayan extraviados, sino porque sabe que permanecen fieles al camino de la obra que él comenzó entre ellos y que Dios llegará a completar hasta que llegue “el Día de Cristo Jesús”.
Este pasaje trae a la mente la segunda lectura del domingo pasado, de la Carta a los Tesalonicenses, en que vemos la mentalidad de que el Día del Señor está cerca.

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El evangelio de hoy, la tercera lectura, corresponde a un pasaje del evangelio de San Lucas, capítulo 3, versículos 1 al 6. Juan el Bautista aparece por toda la comarca del río Jordán predicando “un bautismo de conversión” para perdón de los pecados. El evangelista cita al profeta Isaías, a los efectos de que Juan es el anunciado que será una voz que grita en el desierto pidiendo que se nivelen los caminos, “que lo torcido se enderece, lo escabroso se iguale”. Porque todos verán la salvación de Dios.
Durante mucho tiempo el versículo tercero del evangelio de Lucas siguió la traducción de la “Vulgata”, la versión de San Jerónimo del siglo 4° de nuestra era cristiana: “baptismum pœnitentiæ in remissionem peccatorum”. Hasta el siglo 20, las traducciones al castellano dependieron de esa versión latina: “bautismo del arrepentimiento para perdón de los pecados” (Reina Valera); “bautismo de penitencia en remisión de los pecados” (Nácar Colunga). 
Desde época de Lutero ya circuló la versión original griega del Nuevo Testamento, gracias al esfuerzo de Erasmo de Rotterdam, por lo que no hubiera sido difícil ver el sentido original de lo que escribió el autor del evangelio. Pero por la razón que fuese, no fue sino hasta la primera mitad del siglo 20 que se propagó el término original griego que San Jerónimo tradujo como “penitencia”, μετανοίας, que significa “cambien de parecer”. De ahí que se pueda entender en ese contexto como “cambien el modo de entender las cosas”; también, “cambien de conducta”.
Así, en 1966, el equipo de trabajo de la Biblia de Jerusalén descartó “penitencia” y puso “bautismo de conversión”. Valga recordar que el Concilio Vaticano II finalizó hace ahora cincuenta años; en 1965. Unos cuantos clérigos en el mundo hispano llegaron a decir que sólo era un afán de novedades.
Como algo curioso, el ciclo de Navidad culminará en enero con la Fiesta del Bautismo del Señor.

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Ya pronto llega el Señor, está cerca su llegada: es el tema principal de este domingo, me parece. Y su llegada no es algo que hay que temer, como fue sugerido el domingo pasado. 
Se anuncian los tiempos mesiánicos en nuestra interpretación cristiana. El Bautista pregona esa llegada con las palabras del profeta Isaías: “Y todos verán la salvación de Dios”.
Pero hay que prepararse para esa llegada del Señor y de los tiempos mesiánicos. Este es el tema central del Adviento. 
En mi interpretación imperfecta: Dios allanará los caminos, elevará los valles y hará que desciendan los montes y las colinas, lo torcido se enderezará y lo escabroso quedará fácil de sortear. 
El mundo ya no será un valle de lágrimas, sino que el Jardín del Edén será restaurado para todos. 
Dentro de esa perspectiva Juan exhorta a “convertirse” y a bautizarse. Antes, había que hacer “penitencia”, es decir, ayuno y disciplina. Ahora, hay que cambiar en el modo de entender las cosas. El tiempo es apremiante y no hay que andar con niñerías. Hay que dejar atrás la manera antigua de pensar, los pecados de antes. 
¿Cómo dejar a un lado los pecados de antes? Para los judíos el pecado no sólo iba “pegado” a uno, sino que se transmitía a los hijos y a los descendientes. Quiérese decir que los pecados no pueden ser perdonados, punto. Uno tiene que vivir con ellos, como vivimos todos con el recuerdo de nuestros traspiés. 
Entonces, es Dios quien perdona; es lo que Jesús estará anunciando y que ya aparece en boca del Bautista. No es que todavía somos pecadores; es que ya Dios ha perdonado. Dios ya perdonó al pueblo judío, a Israel, a los hebreos. Esa es la salvación que se anuncia. Ver esto es cambiar de parecer. 
Por eso hay que despojarse del vestido de luto (primera lectura) o de “penitencia” y vestirse de gala, de alegría. Convertirse es como aceptar la invitación que Dios hace a través de Juan Bautista, la de un banquete mesiánico que pronto estará listo. Dios se ocupa ya de prepararlo. Son temas que continuarán en los evangelios como hilos conductores.

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“Paz en la justicia”: la justicia es estricta, da a cada uno lo que le estrictamente le corresponde, según lo que se merece. Los justos merecen la justicia y los impíos merecen la impiedad, en los términos vengativos bíblicos del Antiguo Testamento. 
“Gloria en la piedad”: Jesús en los evangelios anuncia la misericordia, la piedad. La piedad da lo que la persona no merece. Por eso, si Dios lo quisiese, podría enviar a un santo al infierno. Con nuestros criterios humanos pensamos que eso no es lo quiere decir la Escritura cuando dice, “Quiero misericordia y no sacrificios” (Mateo 9:13). Jesús nos dice que hay que perdonar setenta veces siete (Mateo 18:21) y por eso pensamos que Dios debe razonar de la misma manera. Jesús perdona (Mateo 9:6) y de ahí los cristianos entendemos que nuestra actitud debe ser la indulgencia (Lucas 17:4).
En ese contexto podemos entender al profeta Baruc — anuncia la época mesiánica en que habrá justicia, es decir, los impíos ya no se saldrán con la suya y los justos ya no sufrirán las injusticias. Y además, habrá piedad, misericordia, es decir, no habrá venganza en la justicia.
Como se sabe, no es lo mismo enfocar el problema de adicción a las drogas en términos criminales, que enfocarlo en términos salubristas, de salud. No es lo mismo ver al drogadicto como un criminal, que verlo como un enfermo, un caso médico.
De la misma manera, no es lo mismo ver al pecador como un criminal, que verlo en términos de la debilidad humana y de las razones históricas y sociales. De esa manera es posible separar los verdaderos impíos, los que a conciencia y mala voluntad no tienen temor de Dios, de los que caen en la impiedad a pesar de sí mismos.
Y también para los los empedernidos en la maldad puede haber misericordia. Esa es una reflexión para un ensayo más adelante.
Recordemos que ya comenzamos el Año de la Misericordia.


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